Toda lógica revolucionaria difícilmente logra conjugar la ecuación entre movimiento e institución; la fuerza de emancipación que emerge desde la base social es traducida en institucionalidad, en gestión de gobierno. Una dimensión compleja, toda revolución cuando se vuelve gobierno termina traicionando, o en el mejor de los casos desfigurando sus impulsos iniciales. Es entonces cuando se instala una sospecha de ilegitimidad que tiende a corroerla desde su interior. El temor a la disidencia y a la expresión de voces que puedan contrastar el proceso, se instala como un virus que hay que atacar y erradicar.
La lógica revolucionaria es básica en su politicidad; divide tajantemente al mundo entre amigos y enemigos: los que “están conmigo o están contra mí”. Los que están conmigo son buenos y merecen toda suerte de incentivos y lisonjas. Así, decenas de líderes de Alianza País a escala nacional son invitados por la Secretaría de la Política (entidad gubernamental) a un seminario “de alto nivel” en el Parque del Itchimbía en Quito, donde destacados intelectuales ofrecen lo más avanzado en ideología revolucionaria para reforzar su rol como vanguardia del proceso. También los representantes de los “movimientos sociales” del continente son recibidos en Guayaquil para acompañar a los líderes de la Alba y mostrar al mundo cómo el socialismo del siglo XXI recibe el apoyo popular.
Los que están en contra, los enemigos en cambio, son desleales y peligrosos, porque ponen en riesgo al proceso. Son, por tanto, atacados, amedrentados, ridiculizados y arrinconados. Desde la lógica revolucionaria, es perfectamente justificable que dirigentes sociales o simples estudiantes descontentos sean perseguidos con acusaciones de sabotaje y terrorismo. La lógica revolucionaria obliga a expedir una Ley de Comunicación lo suficientemente ambigua y discrecional como para que los medios opositores puedan ser “disuadidos” a bajar el tono de sus críticas. La lógica revolucionaria ve como razonable el Decreto Presidencial 016 que reduce drásticamente el espacio de las organizaciones de la sociedad civil y crea las condiciones para perseguir y clausurar aquellas voces que sean discordantes con el discurso oficial.
La lógica revolucionaria es indestructible y por eso es reiterativa, conduce incluso al atosigamiento mediático. En su efervescencia, no representa ninguna inconsistencia ética comprometerse a respetar la prohibición constitucional de reelegirse por segunda vez a un cargo público, y hablar, a día seguido, de la reforma constitucional que permita la reelección indefinida.
La lógica revolucionaria puede ser seductora y generar amplias adhesiones, pero es totalitaria y excluyente, y pone en riesgo a las sociedades que se entregan a sus encantos.