Mi artículo de la semana pasada no fue publicado porque citaba los nombres de 4 o 5 personajes con aspiraciones municipales o presidenciales: venerables ancianos que anhelan seguir mangoneando en un país donde el 58% de la población es menor de 30 años. Tampoco me olvidaba de algunos outsiders jóvenes con sonrisas y programas diseñados por un marketing que nos recuerda la campaña del desdibujado alcalde, salvo que ahora no hay rabia y rechazo contra el inquilino de Carondelet sino tristeza y frustración.
El problema legal, me informaron, radicaba en que al citar nombres en época de campaña violaba el Código de la Democracia impuesto por el autócrata y que en una parte dice: “Los medios de comunicación social se abstendrán de hacer promoción directa o indirecta, ya sea a través de reportajes, especiales o cualquier otra forma de mensaje, que tienda a incidir a favor o en contra de determinado candidato, postulado, opciones, preferencias electorales o tesis política.”
O yo no entiendo el castellano pedregoso y mañoso del abogado socialcristiano que camellaba y camella para el autócrata y que alega que le robaron el nombre para cobrar coimas de Odebrecht, pobrecito, o ese artículo del bendito Código permite censurar hasta al viento pues cualquier cosa que se diga afectará de un modo u otro a alguno de los 80 000 compatriotas que prometen bajarnos el Cielo a la Tierra, aunque en esta legión de redentores hay alguna gente valiente y valiosa, por supuesto.
Sin embargo, en los programas de debate político de las radios, los participantes comentan a favor y en contra de tesis y candidatos, como debe ser. Existen, además, periódicos digitales serios que identifican a los candidatos con pelos y señales y llaman a votar nulo contra la integración del absurdo Consejo de Participación Ciudadana. En cambio aquí, en la sección más política del Diario, donde habría que identificar las amenazas con nombre y apellido para no pasarnos el resto de la vida llorando sobre la leche derramada, gracias a ese instrumento inquisitorial estamos abocados a hablar en circunloquios.
Nadie ignora que la importancia de la prensa escrita (y sus columnas de opinión y su tiraje) vienen declinando desde hace largos años. Por eso sonaba aún más grotesca la demanda por 80 millones de dólares que planteó a un columnista y al medio ‘coadyuvante’ el líder impoluto de la Revolución Ciudadana, acolitado por Gutenberg y Chuky Seven. El objetivo era amedrentar, y lo lograron en parte, pero al mismo tiempo revalorizaron el papel de los columnistas.
Sin embargo, los estudiosos de los procesos electorales afirman que los artículos de opinión no afectan al proceso electoral pues sus lectores ya suelen estar definidos. Por ello, darles textos sin nombres ni tendencias es como ofrecerles llapingachos sin ají.