No hay otro recurso que acudir al escritor mexicano Juan Rulfo que recopiló algunos de sus cuentos en ‘El llano en llamas’, para tratar de asimilar lo que sucede en esos llanos que circundan la cuenca del Orinoco y que identifican a un país donde se desarrolla una siniestra crisis.
Para comprender lo que sucede en Venezuela es necesario partir de dos premisas básicas. El carisma, el poder y las modalidades de autoritarismo no son transferibles ni endosables; en consecuencia, no debiera sorprender el caos político institucional en el que se dilapida la herencia del Comandante. Es verdad que como cualquier otro patriarca de su género nunca pensó en perecer y, por tanto, no se preocupó de la sucesión. Debe añadirse como agravante no contar con un partido político organizado; pues los movimientos que acarrean estos líderes o profetas, aunque masivos, solo se mueven al vaivén del aliento gobernante; incluso para la represión o la muerte de adversarios que siempre serán considerados enemigos.
La otra situación es que la resistencia en democracia si es seria, coherente y valiente al final obtiene resultados. La misma Venezuela tiene la mejor lección cuando se enfrentó y derrotó a la dictadura de Marco Pérez Jiménez. La victoria de la concertación chilena contra el gobierno de Pinochet y el triunfo de los uruguayos contra los militares en el poder también puede servir de ejemplos.
Lo que más altera en los referentes de la situación venezolana es el costo de vidas que solo se explica cuando la represión se vuelve en una respuesta cotidiana. Por tanto es un reflejo de la falta absoluta de horizonte para gobernantes y un castigo para el pueblo al que supuestamente representan. En este entorno es válido adherirse a la expresión del expresidente costarricense y Premio Nobel de la Paz, Óscar Arias: “No voy a callarme cuando la sola existencia de un gobierno como el de Venezuela es una afrenta a la democracia. No voy a callarme cuando se pone en jaque la vida de seres humanos, por defender sus derechos ciudadanos. He vivido lo suficiente para saber que no hay nada peor que tener miedo a decir la verdad”. El País, Madrid, 20 de febrero, 2014.
¿Cuál será el futuro de un país rico, de extrema inestabilidad política y cuya institucionalidad está marcada por la sospecha de una profunda corrupción? ¿Cómo se podrá acumular fuerzas para restituir el Estado, país o patria que legó el Libertador Bolívar? Una salida medianamente racional sería que los poderes constituidos, a pesar de estar inmerso en la misma melaza que deja el petróleo, convenzan al Mandatario que nació de un espurio proceso electoral renuncie y que el sucesor logre una mínima concertación para establecer un cronograma de depuración global de la nación. Para esto es necesario aceptar que el proceso acabó aun antes de la partida del Comandante y que solo el petróleo y sus divisas no son revolución.