Era protagonista de una historieta antigua, un personaje muy popular creado por George Trendle para radio hace 83 años. Pasó luego a la televisión, más tarde al cine y ahora ha saltado a la política. El llanero solitario es un audaz e ingenioso luchador por la justicia y el orden que viene desde el pasado, envuelto en una nube de polvo. El llanero solitario es un enmascarado, no tiene nombre o adopta cualquier nombre. Entre nosotros tomó el nombre de Abdalá y en Estados Unidos ha tomado el nombre de Trump. El llanero solitario es un fenómeno cultural que demuestra muchas cosas, pero lo que ahora interesa es lo que ha demostrado con su incursión en la política: que los medios de comunicación no son creadores de opinión pública.
El primero que demostró que se puede triunfar en política desafiando a los medios de comunicación fue Abdalá Bucaram; con él ocurrió en Ecuador, hace veinte años, lo mismo que acaba de ocurrir en Estados Unidos con Donald Trump. Los medios de comunicación más importantes calificaron al candidato norteamericano con los epítetos más peyorativos, sin la más elemental cortesía, más bien lo descalificaron llamándolo racista, payaso, xenófobo. Lo mismo pasó con Abdalá, en los medios se le tildó de loco, payaso y demagogo.
En ambos casos, la gente votó por ellos. Es evidente el divorcio entre la línea de opinión de los grandes medios y la corriente populista que se impone en los resultados electorales.
El triunfo del llanero solitario en política se debe, como se puede comprobar en cercanas y lejanas elecciones, a la indignación de los electorados por la corrupción en los grupos políticos.
Si no existe un mínimo de decoro que separe de la política a los corruptos sino que más bien se evidencia una tendencia a proteger la imagen apelando al encubrimiento; si los organismos de control no garantizan nada, ni descubren a los corruptos ni recuperan lo robado; y si la justicia está al servicio de la política y es útil apenas para simular procesamientos a chivos expiatorios o sepultar los casos de corrupción; entonces, la única alternativa es el llanero solitario, el justiciero que viene a imponer la justicia y el orden. Para enfrentar a los poderosos, el justiciero debe ser también poderoso o debe tener carta blanca para enfrentarlos.
El justiciero es siempre un autoritario.
Para desgracia de los pueblos, los justicieros suelen terminar en orgías de corrupción peores que las que prometían combatir, como hemos probado nosotros y muestran los casos de llaneros solitarios de la política que fueron recibidos apoteósicamente por los pueblos como Chávez, Kirchner o Lula da Silva, y terminaron en estruendosos fracasos y escándalos de proporciones monumentales.
Para ubicar los errores donde pertenecen hay que señalar que los electores pueden elegir payasos solo si los partidos inscriben payasos.