Al leer que hay una feria del libro en La Habana a la que acuden ministros y embajadores, recuerdo que hace un par de años me encontré, en el viejo aeropuerto, con un buen amigo escritor que viajaba a uno de esos pintorescos eventos en el Cono Sur.
Puesto que él conoce muchos de los libros que he publicado le pregunté a cuántas ferias calculaba que me habían invitado desde mi lejano best-seller sobre Velasco Ibarra. Cauteloso, echó números en el mate y aventuró una cifra: “¿Unas diez?”.
“¡Cero!”, respondí, “ni una sola feria, nunca, en ningún Gobierno”. Me dio un consejo: “Date una vuelta por el Ministerio”. No era la primea vez que oía ese tipo de sugerencias, pero no es mi estilo por una simple cuestión de dignidad.
Hace algunos años me topé, en una reunión, con una señora ecuatoriana que trabajaba en la Embajada de Estados Unidos y alguien sacó a relucir el tema de la residencia de la Embajadora, que era muy bonita y tal.
Dije que había pasado cientos de veces por fuera pero nunca estuve dentro porque nunca me habían invitado. “Debería ponerse a órdenes del nuevo agregado de prensa”, sugirió la señora.
“Perdóneme, pero es él quien debe ponerse a mis órdenes porque yo soy de aquí”. ¿Resultado? A día de hoy no conozco los jardines boscosos de esa casa de hacienda, mientras por ahí han desfilado personajes de todos los colores y todas las épocas.
En el caso de las ferias de libros y otros eventos de literatura, historia, fotografía, sociología, gastronomía, artesanía y otras ‘ías’, digamos que la mitad de quienes viajan ha hecho méritos suficientes, como mi amigo del aeropuerto.
Pero la otra mitad se acomoda a todo: durante la larga noche neoliberal ellos/ellas andaban ‘de pipí cogido’, como dicen los colombianos, con la autoridad que podía auspiciar sus travesías y travesuras; por ejemplo con el Jamil, al que encontraban adorable hasta que cayó en desgracia.
Y ellas/ellos seguirán viajando cuando vuelva la derecha pues “se trata de representar al arte y al país, no al Gobierno de turno”, si les estoy oyendo, “y vos sabes que yo nunca comulgué con los abusos de Correa”.
Oigo también que junto a los poetas-ministros viajan jóvenes que recién empiezan. Bien por ellos, ojalá perseveren. En cambio yo, para no aceptar que ninguno de mis libros vale la pena, creí durante mucho tiempo que era víctima de una maniobra conjunta de la CIA y la KGB.
Por eso me emocioné cuando se filtró (en tiempos de la ministra Silva, que inauguró una feria del libro con el autor Pedro Delgado) una supuesta lista negra.
Recorrí con ansiedad esos nombres encabezados por Fernando Savater y Rosa Montero, a quienes había entrevistado como parte de mi trabajo, para ver si finalmente hallaba la causa de mi marginación.
¡Oh, decepción! Ni siquiera constaba ahí. De modo que, ignorando la razón, asumo que moriré sin haberme codeado con las lumbreras de siempre en algún vuelo pagado por el Estado.