Pocas personas tienen el sentido de lo auténtico, de buscarlo y de serlo, lejos del doble discurso y la no-transparencia. Es lo que uno hace que se es. En nuestras obras, simples o complejas uno puede camuflar sus dobleces, hacer el inverso de lo que se predica, moldearse a la imagen de conveniencia. El libro, el discurso, la pintura o la película pueden prestarse para ello.
Hay películas de los pueblos amazónicos que les proyectan en buenos salvajes, esos indígenas que no son pero se supone encarnan las ideas de los que los “encuentran”. Pero hay excepcionalmente películas auténticas que muestran a esos pueblos en su caminar, producto de la literal invasión de cambios impuestos por misioneros, gobiernos, madereros, petroleros y otros que han moldeado al indígena moderno de la selva que no es lo que se pretende que sea. Uno de los méritos de Lisa Faessler, cineasta suiza fallecida este año, es esto. En una secuencia de varias películas realizadas en más de 35 años, logró mostrar los cambios que shuar, siona, waorani vivían en menos de una generación o dos. Sus películas son un testimonio etnográfico que debe ser ya parte del patrimonio cultural que Ecuador debe conservar.
Lejos de todo paternalismo, Faessler no buscaba solo ver lo que “los pobres” indígenas eran o hacían, sino descubrir diversas culturas en un diálogo intercultural, por eso le inspiraban un profundo respeto.
Su agudo sentido de descubrir los fenómenos que consideraba decisivos para comprender una época, iban de la mano de una severa crítica consigo misma, con Occidente ¿qué busco yo al estar o adentrarme en el mundo indígena?
Sus películas testimonian la asimilación de las culturas amazónicas y la pérdida de estas culturas. Qué bueno sería que una universidad o el Estado recuperen las grabaciones de imagen y sonido que por semanas enteras, horas sin límite, Faessler con meticulosidad acumulaba desde inicios de los 80. Sus entrevistas no se limitaban a conocer un punto de vista, sino que precisamente hacían un diálogo intercultural y de autenticidad, pues era un diálogo sin concesión para construir una verdad con sentido crítico, reconocimiento del otro y de las diferencias.
Perfeccionista, exigente, apasionada de la imagen y su belleza, sin concesión consigo misma era L. Faessler. Sin artificio en las ideas ni adorno en las imágenes, todo debía decir por sí mismo, precisamente transmitir autenticidad de la realidad y plantear problemas que trascienden a los pueblos presentados y nos cuestionan o interrogan sobre nosotros mismos y el mundo moderno.
Ecuador le debe un reconocimiento público por esta dedicación, más allá de un festival de sus películas. Siendo consecuentes con Faessler, conviene un diálogo crítico con sus películas para que las diferencias y la interculturalidad tengan sentido y no sean simples palabras.
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