La película ‘Qué tan lejos’ de Tania Hermida es una reflexión sobre una travesía al sur; sobre el camino y el tiempo que toma llegar a Cuenca desde Quito o, lo que es lo mismo, la distancia que separa una cadena inmensa de volcanes y nevados que jamás aparece. Es un relato sobre un país que se esconde detrás de la niebla. A mitad del trayecto el camino se hunde en Alausí, pueblo hermoso y misterioso, y, más allá, a todo paseante le cubre implacable la humedad de la montaña. Uno siempre se pregunta por qué tanta belleza; por qué nos llenamos de asombro al ver una tierra verde amarillenta mezclarse con las nubes. No lo entiendo, nunca sé por qué; por qué nuestro país con sus casas al borde del camino, con sus tejas rotas, con sus pequeñas tiendas y negocios, siempre se esconde detrás de la niebla.
Creo que fue Humboldt a quien se le ocurrió definirnos como un pueblo de paradojas. Los ecuatorianos, dijo, somos seres que vivimos tranquilos en medio de volcanes, nos alegramos con música triste y somos pobres sentados en riquezas. Se me ocurre que, a inicios del siglo XXI, hemos dejado un tanto las paradojas y hoy somos menos tranquilos, menos tristes y menos pobres. Somos, quizá, menos paradójicos aunque un poco más distraídos que es igual a decir escondidos. Nos distrae el concreto; la voz de mando del caudillo; los letreros de propaganda oficial que no abandonan el camino y pintan un país enrumbado a la perfección o a la revolución, da lo mismo. Otra vez un país que se esconde y reaparece detrás de la niebla.
En este viaje, la publicidad del Gobierno nos dice que somos un país seguro, que la educación nos ha hecho libres, que los hospitales funcionan, que avanzamos en carreteras de seis carriles; que ya tenemos patria. Están la vía pavimentada, los letreros y una línea amarilla que separa la patria de la revolución, perfecta y optimista, del país de nosotros, adolorido y bello.
Pero viene de nuevo la niebla. Sigo en el camino a una Cuenca ya no tan lejana. La línea amarilla se esfuma en el parabrisas. La neblina borra la distancia entre la publicidad y el país que tapan los grandes letreros. La propaganda es solo un dato y el pavimento no es suficiente para llenar la ausencia de algo que no está. Aparece de nuevo el paisaje y me quedo estupefacto, otra vez, por lo hermoso de esta tierra, con sus mismas paredes despintadas, sus mismos techos de zinc atrapados por una llanta vieja, sus mismos sueños y necesidades. El país está ahí, intacto detrás de la línea amarilla; vive, respira, suda, sufre detrás de la línea amarilla; los letreros no lo han podido cambiar .
Volvemos de la propaganda a la realidad; a ese país que está con la niebla, que se hace de niebla, que reaparece y se oculta, que está ahí; aunque no sé qué tan cerca.