Nadie es tonto. Todos somos inteligentes… Esta visión optimista de nosotros mismos fue expuesta en los años ochenta del siglo anterior por el prestigioso psicólogo de Harvard, Howard Gardner. Según sus investigaciones, los seres humanos no tenemos una sino varias inteligencias. Creó la denominada teoría de las ‘inteligencias múltiples’: lingüística, lógica matemática, espacial, musical, corporal cinética, intrapersonal, interpersonal, naturista… y muchas más. Entonces, por ejemplo, entendemos que podemos ser pésimos en matemáticas, pero genios en música, literatura, deporte o cocina. Comprendimos con más claridad la diversidad humana.
Si disponemos de una o varias inteligencias, una buena educación sería la encargada de descubrirlas y desarrollarlas. Una mala no se percata de ellas. Promueve unas, pero ignora, bloquea o mata a las demás. Así, esa escuela se convierte en un instrumento destructor de la realización de mucha gente.
Uno de los dispositivos contemporáneos más potentes que influyen para que la escuela emprenda en procesos castrantes son las denominadas evaluaciones estandarizadas. La experiencia internacional lo demuestra. Los estudiantes en medio de la angustia son preparados para las pruebas en lenguaje y matemáticas, relegando a segundo plano la formación integral y cotidiana. Esta es la experiencia de muchas escuelas y colegios en Estados Unidos, Nueva Zelanda, China, Corea del Sur, Chile, y otros países que desde hace décadas promueven este tipo de exámenes.
Sobre la base de los resultados de estas evaluaciones los estudiantes son considerados exitosos e inteligentes o tontos y fracasados. Las instituciones ganan prestigio o se hunden en la vergüenza. Como nadie quiere ‘perder’ las escuelas ‘esconden’, excluyen o ‘expulsan’ a los estudiantes considerados incapaces de enfrentar exitosamente los exámenes. Se impone un sistema de premio y castigo y sobre todo de ‘competencia’ entre buenos y malos. Y para rematar, en base a las conclusiones de las evaluaciones los Estados dictan políticas públicas, las más de las veces desacertadas.
Frente a las inteligencias múltiples que reconocen la diversidad y demandan otro sentido de la educación, se erigen con más fuerza que nunca las pruebas estandarizadas que conducen a la homogeneización. Esto se explica por la loca carrera de reproducción y concentración del capital que tiene como soporte el ‘desarrollo’ de un tipo de ‘conocimiento’ que solo apunta a mejorar la tecnología, los bienes y servicios que demanda esta desquiciada sociedad consumista.
Bajo este modelo la discriminación y la exclusión se fortalecen. Se erige el reino de los ‘sabios’ tecnócratas donde los Mozart, Van Gogh, Benjamín Carrión o Kingman criollos no tienen cabida. Los seres humanos integrales son disfuncionales, tontos, ‘limitaditos’.