Liderazgo

En momentos cruciales de la historia han existido seres que por su coraje, claridad de ideas y empeño en grandes causas han sobresalido, trascendiendo en la memoria de sus pueblos como personas que pudieron actuar acorde con sus tiempos. Por lo general, se han tratado de personajes con una sólida formación intelectual y que, por sobre todo, han derramado humanismo por cada uno de sus poros. No precisamente de esa corriente humanista antigua y obsoleta, que se autocalificaba como tal por pretender imponer una determinada cultura a otros a los que se consideraba inferiores. No, los que han destacado para la posteridad son más bien los que se adhirieron a aquella generación de ideas que ha privilegiado por sobre todo el respeto al otro, reconociendo en él la presencia de un ser humano diferente que puede expresar opiniones distintas, con el que se puede disentir, sin tratar de someterlo y reducirlo a sus propios cánones, estrechos y reducidos en la medida que no aceptan pensamientos diferentes a los suyos, negándoles humanidad, peor aún tolerando que expresen límpidamente sus ideas.

Así se crearon liderazgos sólidos que respetaron la diversidad, aglutinaron a los suyos por causas mayores y transmitieron a generaciones un mensaje positivo que ha perdurado. Pero de un tiempo acá, en algunos países de nuestra región han proliferado políticos que aprovechándose de las precarias condiciones culturales de nuestros pueblos, han explotado una suerte de nuevo mesianismo para encaramarse en el poder a costa de discursos que dividen, quebrando a sus sociedades entre supuestos buenos y malos, haciendo uso de un simplismo ramplón que, en una sociedad inundada de carencias, les ha conferido réditos.

Este liderazgo resulta perverso. No construye, se encarga de demoler la poca armonía existente exacerbando diferencias, para sacar inmoral provecho en beneficio de un individuo o un supuesto nuevo grupo político. Todas las herramientas son válidas. En este proceso reñido con la ética no dudan en aprovecharse de inmensos recursos estatales, de los ciudadanos, para atacar a parte de ellos denostándolos y presentándolos como grandes enemigos.

Un proyecto de esa naturaleza está destinado al fracaso. No se puede construir un nuevo país en base a la derrota o anulación de la mitad de sus ciudadanos. La ceguera hacia el sometimiento durará lo que permitan las especiales coyunturas que ayudaron a darle origen. Los liderazgos extraviados desaparecerán sin pena ni gloria dejando una estela de frustraciones. Los que pasan efímeramente por el poder, no entendieron nunca la gran oportunidad que tuvieron en sus manos para edificar sociedades solidas basadas en el respeto y la tolerancia, valores que en el mundo actual se hallan en un podio muy elevado, difíciles de ser percibidos por los ceguecidos por los dogmas.

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