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Vivimos en la época del triunfo del animalismo, la preeminencia del reino animal a veces incluso sobre el ser humano, o al menos del deseo de conferir a los seres del reino animal -sobre todo a algunas especies que han desarrollado mayor empatía con las personas- características iguales o superiores a este. Hay quienes sostienen que en el inicio de aquella transposición moderna están las películas de Walt Disney en las cuales los animales se volvieron protagonistas con pensamientos y sentimientos. Hoy es fácil encontrar personas que piensan que los caballos, por ejemplo, tienen nobles sentimientos que pueden correspondernos y están más dispuestos a trabajar a condición de que entablemos una relación emocional-intelectual con ellos.
Una de las bondades de este error de apreciación es que cada vez hay mayor respeto por las especies animales y por ende se condena su trato cruel. Las mascotas han llegado a convertirse sin discusión en parte importante de la familia; a veces sustituyen a los hijos, son excelente compañía para los niños o para las personas solas. Hay también mayor conciencia de la necesidad de adoptar animales abandonados en lugar de adquirirlos, al tiempo que se desarrollan políticas públicas para la protección de varias especies.
En cuanto a los nobles animalitos, a veces vamos muy lejos en nuestro deseo de humanizarlos y olvidamos que se trata de seres con capacidades cerebrales limitadas. Un animal gregario como el caballo, por ejemplo, tiene habilidades muy desarrolladas básicamente para encontrar el mejor pasto, para mantener el equilibrio y para huir de los depredadores. El jefe de su manada será el que logre dar seguridad a sus miembros.
No es raro ahora que el papel de líder de una manada animal lo asuma un humano, como lo hace César Millán en el caso de los perros. Pero, más que ponderar lo inteligentes que son los perros, Millán conoce profundamente su psicología y sus comportamientos y es capaz de interactuar con ellos para lograr que amos y mascotas tengan un buen pasar.
Es paradójico que hoy se hable tanto de la inteligencia animal y se hagan verdaderas hipérboles sobre ella, y que casi nadie, en pleno desarrollo de la neurobiología y del avance exponencial de la inteligencia artificial producto de la inteligencia biológica, discuta sobre el otro lado de la moneda. La inteligencia humana dio un salto cualitativo sobre la inteligencia animal porque desarrolló capacidades como la abstracción y el pensamiento; la esencia humana trasciende la satisfacción de las necesidades básicas. Por eso es llamativo que varias sociedades sigan priorizando la satisfacción de necesidades por sobre el ejercicio del pensamiento, y que se queden bastante cómodos cuando identifican a un -ese sí inteligentísimo- buen proveedor que se vuelve el indiscutible líder de la manada.