Más libros, más libres. Valga el pretexto de la feria del libro en Quito, que está abierta hasta el domingo, para hablar de ellos, para recorrer, tocarlos, gozarlos, buscarlos. Novelas. Cuentos. Poesía. Ciencias Sociales. Crónicas periodísticas. Libros para niños. Autores que se pasean por el recinto. Curiosos. Grandes y chicos. Familias enteras. Estudiantes. Editores. Gestores culturales. Burócratas también. Aprovechen. Hoy, en la feria, es noche del libro y habrá descuentos. Encuentren, como quien busca una aguja en un pajar, el libro que les haga soñar o aquel que les haga volar o el que necesiten para sus estudios o el que habían prestado y nunca les fue devuelto. Busquen a sus autores. Tomen sus selfies y pidan autógrafos a los escritores a los que admiran. Que la feria de Quito no es Bogotá, ni Guadalajara, ni Buenos Aires. Pero es un buen espacio, para ver lo que está pasando en el mundo del libro en Ecuador, para bien y para mal, para discutirlo y ventilarlo.
Valga la feria para hablar de libros. Estos han sido tiempos difíciles para el sector editorial ecuatoriano: en diez años, el precio del papel subió en una medida que tuvo como dedicatoria matar al mensajero. En estos diez años las dos librerías más grandes del país se hicieron una sola. Y una de las mayores cadenas editoriales se fue: Grupo Planeta, que además de traer títulos al país publicó a algunos autores ecuatorianos, abriéndoles otras puertas. Hoy, para leerlos, habrá que importar sus libros. Y para publicarlos fuera (en Colombia o en Perú) los autores tendrán que competir con mercados muchísimo mayores que el limitadísimo mercado ecuatoriano.
En estos mismos diez años, en épocas de vacas gordas, todos los ministerios y organismos de Estado se dedicaron a publicar. Publicaron libros bellos. A todo color. Con el papel más caro y fino. Pero cuya venta ha sido prohibida porque el Estado no puede vender sino que tiene que regalar. Algunos regalaron y se volvieron competencia desleal para las casas editoriales que deben vender para sobrevivir. Ahí han de estar, arrumados, si es que están, en las bodegas de las carteras de Estado. Plata botada.
A pesar de la ausencia de políticas (exoneración del impuesto al papel, facilidades de exportación e importación de libros, etc.) y de años de autocensura (hoy empiezan a aparecer libros críticos de la coyuntura), el libro ha sobrevivido.
Las editoriales pequeñas se han unido en una Asociación de Editores Independientes para dar a luz grandes iniciativas, como la crítica anotada de la poesía de Carrera Andrade (Fakir) o la recopilación de textos que “rompan los esquemas” como en el caso de la joven editorial Turbina.
El sector del libro merece atención. Es hora de tener un diagnóstico serio de la situación del libro en el Ecuador. Sin libros, la sociedad está condenada, presa de su ignorancia.