El libro desguazado (1)
Luego de participar en el III Congreso Internacional de Endocrinología que tuvo lugar en México a comienzos de 1968, un amigo piadoso me recomendó que no podía volver a Quito sin la novela de un colombiano que estaba produciendo furor. Se trataba de "Cien años de soledad" de García Márquez, en primera edición, más bien modesta, de la Editorial Sudamericana.
Eran los tiempos de una gran actividad en la CCE Benjamín Carrión. Los directores de las secciones nos reuníamos semanalmente. Me había propuesto oír, ver y callar ante personajes consagrados y de tanta valía como Icaza, Rivadeneira, Vera, Terán, Guayasamín, Descalzi, Engel, Romero y así. Tal decisión me valió el que cuando por casualidad intervenía, me pusieran atención. Personas de muchas lecturas a más de viajeros incansables todos ellos. Ante tal coyuntura y la pobreza de 'novedades' de las librerías de Quito, a Paúl Engel se le ocurrió que deberíamos reunirnos de tarde en tarde con el fin de comentar el libro que habíamos leído y merecía ser recomendado. Las citas, en casa de Paúl o en la mía. Tertulias de lectores que fueron como bálsamos purificadores: todos deponían sus inquinas, sus odios cordiales, todos nos sentíamos enriquecidos.
"Cien años de soledad" me deslumbró. Casi la termino en el viaje de retorno a Quito. El tiempo pasó volando, confirmándose la teoría de la relatividad de Einstein… La presenté a mis contertulios de la CCE. Pasó de mano en mano, tantas como que el libro quedó desguazado. Lo conservo en una cajita de madera, junto a dos de las innumerables ediciones de lujo que se han publicado en todos los idiomas, con millones de lectores. Escritor universal el hispanoamericano Gabriel García Márquez.
¿Cien años de soledad? ¿De soledad? Caben todas las explicaciones. ¿La magistral y fantástica historia de todo un subcontinente desde cuando se nos fue de las manos el libro; los libros, incluidos boletines científicos, que de manera sistemática nos llegaban por esos caminos imposibles a las estupendas bibliotecas que sí las teníamos y nos ponían en contacto con el mundo? Los caudillos bárbaros fueron el golpe de gracia. Unas pocas bibliotecas privadas, algunas estupendas y pare de contar.
En Aracataca, su pueblo natal, y en Barranquilla, en donde fue periodista, García Márquez debió sentir el frío de aquella soledad, de aquel abandono y ya bien entrado el siglo XX. Todo cabía y todo se daba por cierto en el juicio de las personas. Como imaginación no nos ha faltado, posible, del todo posible construir un palacio de paredes de hielo. Desmemorias, olvidos, eso sí: ¿cómo recordar hechos espantosos que llegaron a esterilizar la tierra, el polvo se impuso y es así como desaparecieron los laureles? Lacordaire, viajero francés de mediados del siglo XIX, sintió el mismo frío cuando recorrió Sudamérica.