Nos dicen que debemos sacrificar la libertad para alcanzar la prosperidad. Ese es un falso dilema que nos plantean los autoritarios.
La libertad tiene que ver con el dolor de vivir enmascarado. Bruce Jenner –por ejemplo— fue un gran deportista y se convirtió en señora. Ahora es más feliz. Se quitó la máscara.
Estrenó la libertad. En Irán le hubieran ahorcado sin tener en cuenta que su único delito era buscar la coherencia interna.
Otro caso: el funcionario equis que, para sobrevivir, aplaudía consignas y personajes en los que no creía. Hasta el día en que venció sus miedos, se atrevió a decir que no, y se transformó en un disidente. Fue muy duro, pero por primera vez en su vida estuvo en paz consigo mismo.
La libertad es eso: elegir las ideas que nos parecen correctas, seleccionar sin imposiciones externas a los amigos, libros, carreras, preferencias sexuales, creer en ciertos dioses o en ninguno. También, claro, poder escoger a nuestros gobernantes y oponernos a los que resultan nefastos.
El autoritarismo familiar, social, religioso o político, que nos obliga a comportarnos de maneras ajenas a lo que nos dicta nuestro verdadero yo, suele generar comportamientos neuróticos. Las disonancias entre lo que se cree, se dice y se hace ocasiona angustia. La libertad, en cambio, nos da paz interior.
¿Y la prosperidad? La prosperidad también requiere de la libertad individual. El camino más rápido para empobrecer a una sociedad es cerrarles la puerta a los emprendedores, obstaculizar sus esfuerzos, perseguirlos o acusarlos de egoístas e insolidarios.
En Estados donde la iniciativa económica está en manos de un grupo de burócratas y comisarios, o como sucede en Cuba, en las de un narcisista tontiloco y palabrero siempre a la búsqueda de un atajo definitivo a la gloria, lo que se produce es el aplastamiento de la sociedad.
¿Y China? ¿Es una dictadura sin libertades que va solucionando el problema de la pobreza? No. Es verdad que al permitir el esfuerzo individual y la existencia de propiedad privada los chinos dieron un salto prodigioso, pero mejor les hubiera ido en un clima de libertad total, como alcanzaron Taiwán o Corea del Sur.
Los 20 países más ricos del mundo son, además, los más libres, con algunas excepciones, como Singapur, donde también pudieron haber sido libres y prósperos, pero Lee Kuan Yew, lamentablemente, transmitió su carácter autoritario a la gestión gubernamental.
Sin dudas resulta más difícil gobernar en libertad, buscando consensos, cediendo y negociando dentro de las instituciones y la ley, pero el resultado final es infinitamente superior y más duradero. Estados Unidos nunca ha crecido espectacularmente. Pero lleva 239 años de crecimiento casi constante, con escasos periodos de contramarcha.
Benjamín Franklin advirtió que “quien sacrifica la libertad para alcanzar la seguridad, acaba por no tener ni una ni otra”. A quien la sacrifica pensando en la prosperidad le sucederá lo mismo.