Se propaga como un tsunami por la prensa tradicional y electrónica. Aparece en televisión, se escucha en la radio, se lee en los periódicos y en las páginas web.
Es un tsunami de ciudadanos que escriben cartas o comentan, pero que han perdido las proporciones, su obligación de escuchar al otro y hasta el sentido común.
Es un tsunami de fanáticos, desde el poder o el contrapoder, que vierten insultos, ofensas, estigmatizaciones y adjetivos calificativos .
Así pretenden imponer razones, argumentos, creencias, ideologías y simpatías políticas: con su libertad de odiar.
Tanta virulencia y agresividad solo anidan en mentes y corazones incapaces de entender la diversidad que caracteriza a lo que los teóricos llaman “tejido social”, tejido que no tiene un color o un solo pensamiento o una sola manera de mirar la vida.
La libertad de odiar no es exclusiva del Ecuador contemporáneo. Aparece en cualquier país en donde se produce esa creciente paradoja de que la tecnología cada vez nos conecta más al mundo pero no nos hace capaces de entendernos y aceptarnos.
Hace dos semanas se difundió en Brasil una información que debió conmovernos a todos, pero que logró exactamente lo contrario: sacar los más nefastos sentimientos humanos.
Los medios de comunicación divulgaron la noticia de que los médicos dieron un diagnóstico fatal al ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva: cáncer a la laringe.
Y lo que pudo -o debió- convertirse en una masiva plegaria por la recuperación del líder, o en una expresión múltiple de solidaridades, se convirtió en lo más execrable del ser humano.
A los portales empezaron a llegar comentarios que asombraron aún a los más escépticos de la prensa, acostumbrados a leer reacciones y opiniones de tonos excesivos sobre variados temas.
La discusión de fondo era si una noticia de esa dimensión humana merecía que los espacios de la prensa, e inmediatamente las redes sociales, se convirtieran en el sitio para manifestar la libertad de odiar por medio de los conceptos más rabiosos y viscerales contra Lula de Silva.
Según la agencia ANSA, el evidente repudio generalizado a Lula y (la satisfacción por) su cáncer llevaron a reflexiones inéditas en el diario Folha de Sao Paulo.
Gilberto Dimenstein, del consejo editorial del periódico, afirmó que sentía bochorno por la sociedad brasileña.
“Sentí una mezcla de náusea y vergüenza al recibir centenas de comentarios de lectores sobre el cáncer de Lula. Si fueran decenas, no daría importancia, pero fue una avalancha de ataques inhumanos, rabiosos, mostrando placer con la tragedia humana”.
Náusea y vergüenza. Es lo que sentimos los ciudadanos cuando aquellos que por una u otra razón no nos toleran, expresan como un tsunami su libertad de odiar.