En estos días se habla de la libertad del ejercicio periodístico. Este enfoque, aunque legítimo, se olvida del centro del problema que enfrentaríamos los ecuatorianos si se aprobara la ley de medios. El periodismo, más que una disciplina, es un servicio. Los verdaderos comunicadores buscan guiar al pueblo hacia el bien común. Sin este fin, el periodismo pierde el sentido. Dada esta premisa, dejemos de hablar de las consecuencias que tiene la Ley de Medios sobre los comunicadores, y hablemos de lo que ella significa en la vida diaria de los ecuatorianos.
Si se aprobara una ley mordaza, no solamente se silenciaría a quien tiene sed de buscar y decir la verdad: se limitaría al pueblo, quien tiene derecho a encontrarla. También hay una clara paradoja. Por un lado, es la gente quien sufriría la verguenza de conocer solo una realidad adornada por los intereses de los poderosos. Por otro, es al pueblo a quien le corresponde impedirlo. No podemos echar la culpa a una institución o a una ley de los males que nos aquejan. La participación pública es el arma más poderosa cuando la democracia está en riesgo. La palabra es otra herramienta – además de ser un derecho- para manifestarnos cuando no estamos de acuerdo con lo que sucede y nos quieren amordazar.
El Gobierno quiere regular los contenidos de los medios, imponer sanciones a quien no satisfaga sus expectativas. Es un abuso tan visible que, comentar sobre este punto, resultaría ocioso. Estamos involucionando hacia la pérdida de las libertades individuales. Nos estamos asemejando a naciones como Cuba. Valentín Valdés Espinoza, Tim Lopes, David Meza, son algunos de los periodistas latinoamericanos que murieron por defender un aspecto esencial de la dignidad humana: la libertad de expresión.
En Ecuador nadie ha muerto pero la agresividad del Presidente hacia los profesionales de la información, nos consta. Con esta actitud hacia el periodismo, ¿es desacertado dudar de los intereses que hay detrás de la Ley? El Gobierno tiene una fórmula que, hasta hoy, ha sido fructífera: descalifica y reinarás.
En el discurso presidencial ya son dos los grandes enemigos del pueblo: la oligarquía y la prensa. Y, en realidad, el enemigo del pueblo es la ignorancia que impide la verdadera soberanía. El antídoto de esta realidad es la educación. Y la prensa contribuye a esta labor. Para la Unesco, uno de los indicadores más fieles de desarrollo en un país es la lectura de diarios. ¿Vamos a permitir que nos dificulten progresar?
Fue Alexis de Tocqueville quien descubrió que, la diferencia entre los países libres y los sometidos, radica en aquellos que los componen: “Las costumbres de un pueblo esclavo son parte de su esclavitud; las de un pueblo libre son parte de su libertad”.