En mayo de 2013 anticipé que el Gobierno se encaminaba a una devaluación del peso de entre 30 y 40%. La afirmación, cristalizada al asociarla a un número concreto, despertó una respuesta furiosa de la prensa oficial y de la Presidenta: “El que quiera una devaluación deberá esperar hasta el próximo Gobierno”.
Pero, como decía Perón, “la única verdad es la realidad”. Mi afirmación sólo apuntaba al error de haber usado el tipo de cambio como mecanismo antiinflacionario. Era necesario revertir los efectos de esa política que habían estancado el empleo y generado estragos en las economías regionales y en las nacientes industrias de exportación.
Con las reservas en camino descendente, empezó el tan temido salto cambiario.
La pregunta es qué es lo que sigue o, qué es lo que debería seguir. Para contestarlo sirven los casi 10 años de investigaciones en finanzas internacionales que confirman que, para países del tamaño del nuestro, lo mejor es un tipo de cambio flotante. Eso permite ajustar la competitividad a cambios en los flujos de capitales y en los términos de intercambio, acotando los efectos en el empleo y la producción.
El estancamiento de la Argentina no es ajeno a que la política de tipo de cambio fijo en que el Gobierno se empecinó no permitió acomodarse al shock de (des)confianza para cuyo acrecentamiento trabaja sistemáticamente, o al shock en los términos de intercambio que hemos sufrido: la soja cayó de precio y los desastres en la política energética nos han convertido en importadores justo cuando los precios están altos.
El Gobierno se haría un favor liberando el tipo de cambio, eliminando el cepo, discontinuando las restricciones a la compra y venta de dólares y eliminando el régimen de control de importaciones y exportaciones. Este camino puede transitarse en un enfoque gradual.
Al dejar de intervenir en el mercado cambiario, el Banco Central dejará automáticamente de perder reservas. Esto no quiere decir que no pueda intervenir para estabilizar el tipo de cambio en torno a su equilibrio. Si el Gobierno avanza sin cambiar su política fiscal y monetaria, el tipo de cambio se estabilizará en algún punto intermedio entre el oficial y el ‘blue’, seguramente con un salto respecto del oficial, ya que hoy los distintos controles mantienen artificialmente alta la demanda de pesos. Luego se deslizará a la tasa de inflación.
Sin brecha y con el mercado cambiario normalizado, probablemente se recupere la inversión, vuelvan capitales, se alivien las economías regionales y se expanda el empleo. El mercado inmobiliario se reactivará.
Después le quedará al Gobierno abordar un segundo problema central: la inflación. Así como preanunciamos la inevitabilidad de la devaluación, con estos niveles de emisión es imposible no tener inflación. La pregunta es si el Gobierno lo entenderá antes de someterse a otro test electoral o si será la ciudadanía la que le explique que no se puede negar la realidad.