Tras la destrucción de las Torres Gemelas, los expertos de seguridad de EE.UU. auguraron un futuro de actos de terror en serie. Tragedias similares se dieron en Europa; destaca el de la estación Atocha en Madrid. Ante esas perspectivas el Congreso de EE.UU. pasó la Ley Patriota autorizando al Ministerio del Interior (Homeland Security) a espiar indiscriminadamente las telecomunicaciones de los ciudadanos.
Han pasado casi 14 años y ese porvenir de terror no se concretó. Los expertos debaten si se debe a la acción del FBI gracias a los nuevos poderes, o si se exageró.
Gran parte de la población estadounidense resiente ser espiada. Películas y series de televisión tienen como trama el abuso de esos poderes. En estos días expiró la autorización de espionaje; gracias a la extraña alianza de la centroizquierda y la derecha libertaria, que aboga por la minimización del tamaño del Estado, se aprobó una ley que niega al Estado el acceso indiscriminado a las conversaciones telefónicas.
La escucha telefónica indiscriminada es característica de las autocracias, herramienta de los nuevos dictadores de puño de hierro en guante de terciopelo, como los llaman el economista Guriev, del Sciences-Po de París, y el politólogo Treisman, de la Universidad de California en Los Ángeles, en un artículo para el diario The New York Times (mayo 24).
Entre los primeros de este tipo de autócratas mencionan los autores a Lee de Singapur, fallecido recientemente (su hijo aún gobierna), y en Latinoamérica a Alberto Fujimori. Ambos fueron reformistas económicos, mientras que otros que los siguen –los autores mencionan a Hugo Chávez y Vladimir Putin- llevan políticas de un sesgo más populista.
Estos líderes iliberales –dicen- además de las escuchas, usan propaganda, censura y otros trucos para inflar su popularidad y convencer a los ciudadanos de su superioridad sobre las alternativas. Dominan Internet impidiendo acceso al mismo de sitios web independientes, contratan ‘trolls’ para inundar las redes sociales con comentarios a favor del régimen. Coiman a dueños de medios con lucrativos contratos publicitarios, amenazan a otros con juicios por calumnia y alientan a inversionistas cercanos al régimen a comprar medios que les son críticos.
Por lo general, acciones de esta índole bastan, y se mantienen a un mínimo los actos de violencia. De ahí lo de “guante de terciopelo” .
Los dictadores de viejo cuño también recurrieron a las escuchas, y reaccionaban con violencia. El dramaturgo chileno Ariel Dorfman, quien escapó de Augusto Pinochet y vive en Nueva York, se lamenta que en Chile todavía subsista una tara producto de las escuchas de la era Pinochet, que les impide a sus conciudadanos hablar sin recovecos. Por ello censura las escuchas en EE.UU.
La escucha telefónica indiscriminada no tiene cabida en democracia.
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