Por favor, dígannos algo nuevo. No que la Ley de Cultura es una “deuda legislativa”. Repetirlo es decepcionante con nueve años de Ministerio de Cultura e igual número de ministros desfilando. Repetirlo es insultante, cuando el proyecto ha reposado en la Asamblea, entre inoperancia y desconocimiento. No lo repitan más y no agraven la falta declarando que es importante, mientras otras leyes se avalaron al toque para salvar la coyuntura o como táctica de despiste.
Mentar la “deuda legislativa” solo muestra que para ciertos funcionarios la Cultura ha sido medio, nunca fin. Que ahora -apurados y en crisis- busquen pronunciarse sobre esta Ley, obliga a sospechar si la ven como proyecto sostenible o refugio o plataforma.
La duda se inflama porque los que ponen la firma en el documento -pareciera- solo comprenden la cultura como blusas bordadas, comedia costumbrista de sábado por la mañana, show que traviste un informe en circo, producción televisiva institucional; o, a lo sumo, como discurso poscolonial que confunde definiciones y neolengua.
Hoy se escucha que la Ley se aprobaría en agosto, finalmente y tras una ‘socialización’. Si así es, será porque la ‘voluntad política’ se vio superada por las demandas de los gestores y la necesidad de la ciudadanía. Será, porque los actores del medio confluyeron en el diálogo; renegaron del debate de una Ley como pelea entre el Ministerio y la Casa de la Cultura; dejaron atrás esa guerra de pandillas que hubo en algunas artes; entablaron procesos colaborativos, por sobre el interés en algún fondito. Si la Ley se consigue será incluyendo las observaciones consensuadas de esos gestores, sino solamente contaremos con un legajo manoseado e insostenible.
Los actores y gestores -otrora infantilizados por la burocracia- jamás se consideraron meros ‘acolites’ y han definido y corregido, trabajando como siempre, la recta final de estos inútiles nueve años. Para ellos que han bregado, con o sin Ley, y para quienes los seguimos, frases repetitivas y bailes de curiquingas están demás.