“Intelectuales”, al servicio del correato, han activado una campaña de “tachas ideológicas”, bajo los supuestos de que su década fue de izquierda, traicionada por Lenín Moreno.
A nivel continental, la contradicción la plantean entre los escenarios que podrían significar Bolsonaro, el fascista, en Brasil, y López Obrador, el izquierdista, en México.
¿Brasil votó por el fascismo?, así podría pensarse. Yo creo que votó en forma masiva contra la corrupción, porque los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) -de Inacio Lula da Silva y Dilma Rousseff- eso significaron.
De haber habido sensibilidad antifascista en el PT, debieron haber permitido una opción diferente. Las encuestas eran claras: Bolsonaro, en segunda vuelta, perdía ante cualquiera, menos ante un candidato del PT. Enfrentado con éste, al votante que en primera vuelta no estuvo con el uno o con el otro, sólo le quedó escoger un voto en contra de uno de los dos males atroces, o el fascismo o la corrupción. Prefirió castigar la corrupción.
Sobran las evidencias de cómo Lula estuvo atrás de la macro corrupción que, por encima de las ideologías, significó Odebrecht. En Perú están procesados, por las vinculaciones con esa empresa, los ex presidentes Alejandro Toledo, aún prófugo, Allan García –ahora refugiado en la Embajada de Uruguay-, Ollanta Humala, preso, Pedro Pablo Kuczynski, con medidas cautelares, y la ex presidenta del Congreso e hija de Alberto Fujimori, Keiko Fujimori, presa.
Cuando haya investigaciones a fondo, ¿cuántos más actores del poder público aparecerán involucrados en la región?
López Obrador representa una posibilidad muy interesante en México, país marcado por la corrupción y el narcotráfico, vinculados con el poder. López Obrador no llega al poder con un discurso de izquierda sino con una oferta de honestidad e inclusive con un sesgo de cristianismo, en que pone énfasis.
En Ecuador -con Correa-, en Venezuela -con Chávez y Maduro- y en Nicaragua -con Ortega- lo dominante ha sido el abuso del poder y la intolerancia ante las críticas. Trump, en la derecha, resulta muy parecido a ellos.
Y ese abuso e intolerancia se convirtieron en el mejor caldo de cultivo de la corrupción. Por eso, actores de izquierda al interior de los mismos países y de la región, han tenido la dignidad de oponérseles.
En el Ecuador, el maltrato a los trabajadores, a los jubilados, a los educadores, a la seguridad social, a la salud; la persecución a los pueblos indígenas y a dirigentes sociales, la degradación de la educación en los planteles públicos, el gasto público faraónico, la falsedad de las cifras, nada tienen que hacer con la izquierda. Solo resultan de la potenciación de la prepotencia enriquecida con la corrupción.