Leninistas que se extralimitan

Nina L. Khrushcheva
Project Syndicate

Las protestas callejeras en Hong Kong y Moscú sin duda han asustado a la dupla autoritaria del Presidente chino Xi Jinping y el Presidente ruso Vladimir Putin. Las protestas moscovitas, las mayores en varios años, deben de mantener en vela a Putin de noche, o no estarían siendo dispersas con tanta brutalidad. Pero, en lugar de dialogar con la gente, procura demostrar que tiene el control, incluso pavoneándose en un apretado traje de cuero con su pandilla favorita de motociclistas.

Sin embargo, las manifestaciones se han convertido en un inquietante signo de la menguante popularidad de Putin, también entre las elites rusas, cuyos puntos de vista importan de maneras que no lo hacen otras formas de opinión pública. Por dos décadas, las facciones rivales de la elite rusa han visto a Putin como garante de sus intereses generales, en especial de los financieros.

Cada vez menos rusos siguen aceptando que “Putin es Rusia y Rusia es Putin”, mantra que se solía escuchar hace apenas cinco años, tras la anexión de Crimea.

Más aún, las esperanzas de Putin de que Donald Trump mejorara las relaciones con Rusia han comenzado a parecer algo miopes. Si bien Trump ha debilitado las instituciones estadounidenses y socavado las alianzas occidentales (que beneficia a Putin), la Casa Blanca también ha convertido la política exterior de EE.UU. en una ruleta impredecible. Peor todavía, la administración Trump está abandonando sistemáticamente los acuerdos de control de armas que por largo tiempo dieron algún grado de certidumbre a los asuntos nucleares.
Del mismo modo, las protestas en Hong Kong, que no muestran signo alguno de debilitamiento, son producto de la extralimitación autoritaria. Comenzaron como reacción a una propuesta de ley que permitiría la extradición a China de ciudadanos y residentes de Hong Kong. Dada la torpeza con que Carrie Lam, la gobernante respaldada por Beijing, presentó la legislación, es posible que las autoridades centrales chinas solo tuvieran una leve conciencia de su impacto político potencial. No obstante, la respuesta del gobierno chino a las protestas ha sido cada vez más contraproducente.

Son malos presagios. Xi puede haber decidido que han pasado los tiempos de “un país, dos sistemas”, en la creencia de que China ya no puede tolerar una cuasidemocracia funcionando en su territorio, a pesar de que esto se aceptó como una condición para el retorno de Hong Kong a la soberanía china en 1997. Preocupado por Taiwán y su deriva política cada vez más alejada del continente, puede que Xi piense que una dura política en Hong Kong asuste a los taiwaneses y los haga entrar al redil. Si es así, olvida que acosar a Taiwán siempre produjo lo opuesto a lo que China deseaba.

Como con Putin, la extralimitación parece ser la posición predeterminada de Xi hoy, a juzgar por su manejo de la guerra comercial y su conducta beligerante hacia sus vecinos. De hecho, sus maniobras han sido tan imprudentes que hoy China está cada vez más aislada diplomáticamente.

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