El gobierno, con Lenín Moreno a la cabeza, pero en realidad todo el país, volverá en pocos días a sacar los esqueletos de los armarios y a tomarle el pulso a la cruda verdad económica.
Y no es que no veamos todos los días los efectos de la crisis o que no imaginemos su dimensión: conocemos el milagro e incluso el santo. Lo que queda por saber es cuál fue el tamaño del despilfarro y de la corrupción, entre otras cosas por obras sobrepagadas y mal hechas y, en varios casos, innecesarias. Ah, y cómo se recuperarán las montañas de dinero que sirvieron para crear privilegios mientras se hipotecaba nuestro futuro.
También sabemos que los altos déficits se mantienen, mientras el ajuste del tamaño del Estado y la venta de activos siguen en el papel. El Gobierno optó por un acuerdo con el FMI, que ha reconocido su orientación social pero sabe que es hora de cobrar la cuerda. Quiere ver qué proponen Moreno y su equipo como solución estructural a los problemas económicos en materia de ingresos y gastos.
Como esa vía implica no seguir abriendo huecos para tapar otros, en el menú hay reformas en dos materias ineludibles: laboral y tributaria. El vicepresidente Sonnenholzner adelantó que, seguramente, habrá decisiones duras y pidió la comprensión de la ciudadanía. Lo que hace presentir el peligro de repetir el libreto desde los diferentes estamentos. Pero ese es un camino inútil, porque la mejor garantía de obtener los resultados de siempre es hacer lo mismo de siempre. ¿Todos listos?
Ojalá Moreno y sus colaboradores hayan aprendido que no pueden supeditar las decisiones a lo que pasará con el capital político del Presidente. Ellos están ahí para ordenar la economía y no para contar votos imaginarios. Por el factor miedo, la eliminación al subsidio de algunos combustibles fue un fiasco económico, pues tuvo un rendimiento magro. Después del nuevo escape al exterior, ojalá el Presidente esté listo para mojarse el poncho.
¿Y los empresarios? Uno de sus dirigentes dice que ahora le toca al Gobierno enfrentar el problema pues ellos han cargado la mochila durante ocho años, pero es inevitable preguntarse qué había dentro de ella. El boom sostenido por el petróleo, un gasto inédito y un endeudamiento irresponsable, no necesariamente produjo piedras y cardos.
Están también las organizaciones sindicales, que deben ponerse al día en la realidad laboral global, que a partir de la cuarta revolución industrial se apuntala en el teletrabajo y el emprendimiento. Están los movimientos campesinos que debieran abandonar la visión maniquea de sus representados.
Estamos los ciudadanos que sí podemos renunciar a unos subsidios que no tenemos por qué recibir. Y están los políticos que deberán decidir por todos y debieran pensar que lo que más les conviene, si verdaderamente están en carrera, es un país ordenado en el 2021.