No basta con echar la culpa a los políticos y a la fuerza pública por el mal manejo de una crisis que estuvo a punto de salirse de madre pero que no ha terminado. Y no tiene sentido leer con los mismos lentes unas realidades cuyo entendimiento requiere más empatía y más inteligencia: el mundo cambió.
Es penoso ver cómo desperdiciamos, una y otra vez, la oportunidad de tener un país más sustentable y funcional. Si el sistema falsea es porque no tiene bases sólidas o porque simplemente los supuestos cambiaron. Qué difícil es admitir, desde posiciones cerradas, que no sirve tener las respuestas listas cuando las preguntas y el contexto ya cambiaron.
Este no es solo un problema de viabilidad económica ni de si Lenín Moreno resiste o no. No solo hay abandono en las zonas marginales sino que la llamada cuarta revolución industrial está relegando a una gran cantidad de jóvenes en las ciudades, en nuestros propios hogares. Hay que cambiar de perspectiva. Las lecturas de la modernidad ya no sirven.
La falta de educación es terreno fértil para el adoctrinamiento y el populismo. La falta de oportunidades abre la puerta al paternalismo y, a la vez, al revanchismo. Suena paradójico -pero es real- que los mandatarios más populistas, corruptos (no solo por el dinero que se roban sino por la manipulación del sistema político-electoral) y los malos administradores de este tiempo, se den el lujo de hablar de ‘brisitas’ y de ‘huracanes’ en la región.
No se gana nada con convencerse de que todo se reduce a un exabrupto de una dirigencia indígena infiltrada por corruptos, que no vacilaron en utilizar los métodos más reprobables para crear el caos y retomar el poder, para cubrir ciertas espaldas demasiado expuestas. Claro que hay mucho de ello.
Las mentes perversas están haciendo sus mejores esfuerzos en los juzgados, en las embajadas, en los organismos internacionales, en las redes sociales, en las calles. Tienen tiempo y recursos -pero, sobre todo, un discurso que sigue pegando- y poco que perder.
Está bien que el Gobierno intente recomponer el tablero poco a poco y que el Estado muestre el deseo de seguir en el proceso de reinstitucionalización y de sanción a los culpables de la corrupción y del secuestro de los poderes estatales. Y es indispensable juzgar a los responsables de la violencia.
Pero mirémonos un momento como sociedad. Si las chispas se encienden tan fácilmente es porque estamos fundados sobre rescoldos de inequidad, de ignorancia, de indiferencia. Es tarea de todos, y no solo la de un debilitado gobierno, que además es temporal, construir un mejor país.
Pero ya se ve cómo va cobrando forma el arte nacional de hacer el quite y dar la espalda. Ganar la paz social duradera será muy costoso, y lo menos que podemos hacer por ahora es analizarla y financiarla.