Ya está viejo el chiste que en redes sociales se le dice a Fernando Bustamante -y no por eso deja de tener vigencia-: sus principios brotaron al final. La pregunta es: final, ¿de qué?
No se sabe, pero se puede entender como los últimos tramos de Alianza País en Carondelet. Los medios oficiales están en una campaña para decir que las derrotas del chavismo y el kirchnerismo no significan el fin del progresismo en América Latina. A su vez, estos medios acusan a la prensa privada de tener una lectura sesgada de los resultados electorales; se trataría, pues, de un periodismo aspiracional: aquello que ocurrió allá, que se repita acá.
Curiosamente, la izquierda ha usado el lenguaje más burgués posible: el ganador -el ‘winner’- frente al perdedor -el looser-. “Ganen las elecciones”, decían una y otra vez. Y aquellos que no ganaban, no solo que no tenían legitimidad, sino tampoco derecho a manifestar lo que piensan y a movilizarse para defender su posición. Pero sobre todo es muy burgués calificar al otro, a la minoría, como perdedores, porque muestra en sí la poca tolerancia hacia lo distinto. Y, al fin de cuentas, en la vida no siempre se gana, y aquellos a los que acusaban de perdedores bien pudieran convertirse en ganadores. Y eso pasó en Argentina y en Venezuela.
Pero qué importa si triunfaron en las elecciones. Si lo lograron es por la conspiración de la derecha apoyada por fuerzas internacionales. Y no van a desmayar en ser resistencia, en defender las conquistas alcanzadas. Y si lo hacen con herramientas poco democráticas, no les importará porque ellos son la única y exclusiva representación de la democracia. Así lo dicen; así lo ejercen.
Pero de lo que no se dan cuenta -o no quieren- es que algo parecido decía la burguesía por la internacionalización de la izquierda, la exportación de la revolución cubana. Y eso sirvió como pretexto para la represión que también fue internacional con el Plan Cóndor.
Es, pues, un asunto de principios, aunque sea al final. Pero, final ¿de qué?