Alejarse del bullicio político de este país es como dejar de oír un sonido constante y molestoso a la madrugada. Las eternas discusiones bizantinas de hormigas que se enfrentan unas otras discutiendo perogrulladas evidentes, resulta patético, ridículo y cómico. A los lejos, se mira una inmensa tropa de hormigas verdes que trabajan incesantemente no solo en la reburocratización del Ecuador, sino en la creación de todo el metalenguaje para justificar y apropiarse del relato de lo que estos seis años y tantos más significan y significarán para el país. También a la distancia se distinguen de entre la masa, unas poquísimas hormigas multicolores que arguyen sin descanso, sin que la masa de hormigas soldadas verdes se inmute. Las discusiones son eternas, pero el monólogo avanza sin tregua, sin perturbarse por las voces que matizan o disienten.
Pero acordemos una cosa, el país de hoy no es el país caotizado de hace seis años y el estilo de gobierno de corte duro y sin otorgar concesión alguna a nadie, ha dado sus resultados. Hoy uno se acerca a ciertas instituciones públicas y se siente dignificado como ciudadano, eso ha reforzado el sentimiento de inclusión de los ecuatorianos. La gente ya no espera a la intemperie por una cédula, tampoco tiene que lidiar con los tramitadores al momento de obtener una licencia de tránsito y en ciertos casos -no en todos por cierto- es capaz de recibir mejores servicios de salud que los que recibía antes.
Al parecer la gran mayoría está cómoda con el trueque realizado. El cambio de orden y modernización, por sometimiento relativo y silenciamiento. El dilema entre desarrollo y democracia está resuelto mientras sigan fluyendo los dólares. Así que con certeza acá se seguirá el camino de los países que para imponer orden lo hicieron a costa del debilitamiento de las libertades y de los derechos ciudadanos de las minorías que disintieron.
En el fondo no debería extrañarle a nadie, al fin y al cabo, tenemos lo que hemos ansiado por años, la mano dura que gobierne este país fraccionado e imposible de dar pasos hacia el progreso por años, sumido en un marcha constante en el propio terreno. El costo, sin embargo, podría ser muy alto y quizá la mayoría que disfruta de las carreteras de hoy, mañana le pese en algo su conciencia por haber caído en la confortable conformidad del silencio.
A las hormigas multicolores, pocas, constantes y valerosas, sin embargo, que bregan por un país tolerante en el que quepan toda las visiones sin que venga el dedo condenador del poder a apuntarlas, les aconsejo que de vez en cuando eleven alas, se olviden de la intensidad de este minúsculo punto verde del planeta, y se alejen para mirar con distancia y perspectiva a esto que le llaman “revolución” .