Luego de más de cuatro décadas de una sucesión de hechos que transformaron al mundo, aún hoy en día sentimos la influencia de lo acontecido y, seguramente, todavía marcará por algunas décadas los sucesos supervinientes. Surgidos en oposición a una época belicista donde se disputaba la hegemonía del sudeste asiático, teniendo como telón de fondo la guerra fría y la amenaza de otra conflagración mundial, los movimientos contestatarios al orden establecido emergieron por todos lados. Los jóvenes protagonistas del mayo francés, las luchas por la eliminación de algunas tiranías restantes en América Latina, la independencia del norte de África, ganaron adeptos a lo largo y ancho del orbe. Se condenaba al imperialismo y a la forma en que, por décadas, las grandes potencias se habían acostumbrado a manejar los asuntos con los países menos desarrollados. En los campos universitarios de esos tiempos resultaba difícil escaparse a las ansias de justicia predominante por transformar una situación que, en muchos lugares del mundo, constituía una verdadera afrenta. Ese era el escenario que predominaba entre los universitarios, el de rechazo y condena a lo que se percibía como los abusos de los que dominaban el mundo hacia aquellos países pobres y poco desarrollados.
El antiamericanismo se hallaba en boga. Las luchas de Sierra Maestra se convirtieron en la inspiración de muchos. La ideología de moda era volverse de izquierda, aupar las consignas que brotaban desde el tercer mundo, indilgar la culpa de todos los males a lo foráneo, todo se iba a solucionar si cerrábamos las puertas y volvíamos a los orígenes. Pero el mundo cambió. En primer lugar, en los propios países desarrollados emergió una autocrítica sobre las relaciones con las naciones pobres. Se tornaba difícil pretender volver a las épocas “del gran garrote” de principios de los veinte .
En segundo lugar, lo novedoso de los movimientos que surgieron al calor de esa época se fueron extinguiendo, apagándose poco a poco. La magia desaparecía. La isla revolucionaria se convertía en un lugar donde se restringían libertades y el modelo estalinista le llevaba a la pauperización total. Gran parte de los rebeldes de entonces se convertían en acomodados burgueses, una vez que entraban a formar parte del sistema de producción. Los sueños de transformación quedaron en la memoria y en alguna fotografía olvidada de sus épocas de extrema juventud .
Sin embargo, muchos de ellos se quedaron en las aulas como profesores y, en no pocos lugares, reeditan su nostalgia en calidad de discurso académico. Las mismas categorías de análisis de hace cuarenta años las aplican a situaciones totalmente diferentes, en que nada es lo mismo que ayer. Se resistieron a ver la transformación mundial y la conformación de una aldea global con otros retos y diferentes dinámicas. Viven de recuerdos inoculando “supuestas” soluciones a las que, distraídos en lo lúdico, sin ningún beneficio de inventario, aún las aceptan como verdades reveladas. La efervescencia setentera se resiste a desaparecer .