El derecho de propiedad y la justificación moral de la ganancia son temas que siguen provocando debate. Los socialismos, pese a su estruendoso fracaso, y los populismos, cuando conviene, apuntan sus discursos contra esas tesis. Pese a todo, es evidente que la propiedad y la ganancia legítimas están asociadas con el derecho de la persona a alcanzar su plenitud. No se puede ser libre si se depende solo del Estado.
1.- Más allá de la economía.La importancia de la propiedad privada excede del campo económico; es un elemento con contenidos filosóficos y políticos. En efecto, la concentración del poder en monopolios públicos o privados conduce al totalitarismo. El Estado monopolista necesita de escenarios adversos a la libertad. La competencia, en la economía, juega idéntico papel al que cumple la democracia en la política, porque ambas se apoyan en la en la autonomía de la voluntad y en la capacidad de elección de los individuos. No se ha estudiado con suficiente profundidad la relación entre competencia y democracia, que se vinculan en el concepto de “libertad integral”.
Los sistemas de planificación a ultranza y de control de los medios de producción provocan la supresión de la libertad. León Trotsky decía, en 1937, que “… en un país donde el único patrono es el Estado, la oposición significa la muerte por consunción lenta. El viejo principio, “el que no trabaje no comerá”, ha sido reemplazado por uno nuevo: “el que no obedezca no comerá”.
2.- Papel del Estado. El reconocimiento de la propiedad de los bienes y de los derechos como potestades individuales vinculadas a la dignidad, tiene que ver con el papel que se le asigne al Estado. Mientras el poder político tenga más capacidad de expropiación o de confiscación, menos posibilidades tendrán las personas de ser libres. Al Estado le corresponde crear las condiciones para que los individuos accedan a un sistema de libertades con contenido material: educación, salud, seguridad, infraestructura básica, administración de justicia. Al poder le corresponde hacer posible la competencia, no suprimirla ni asumir el papel de gestor y empresario único.
3.- La autonomía personal.El derecho de propiedad de bienes y de derechos y el reconocimiento de la legitimidad de la ganancia, apuntan a crear un ámbito de autonomía personal, que elimine o, al menos, neutralice la dependencia del Estado y que permita elegir más allá del horizonte marcado por la política, y fuera de las definiciones de la burocracia. La idea es que la propiedad y la ganancia apunten a crear espacios en los que no debe penetrar el Estado, porque están reservados al pleno desarrollo de la vida personal. Los procesos de “informalización económica y social” que tanto preocupan a los latinoamericanos, son síntomas de la natural tendencia de la sociedad a construir espacios fuera del Estado.
4.- Legitimidad de la ganancia.Esos refugios de libertad individual no son posibles sin una base económica que los sustente y que esté constituida por la acumulación de recursos en manos de la mayor cantidad de personas. Esto no es posible si no se admite la legitimidad de la ganancia, su función ética, que es uno de los mayores puntos de fricción entre el liberalismo y el socialismo, ideología esta cuya tesis focal radica en sostener la “ilegitimidad” social de la ganancia. Para los socialistas, la ganancia, en último término, debe ser prohibida o, a lo mucho, debe ser “tolerada”, pero no impulsada.
5.- Solidaridad e intereses.La inversión tiene una dimensión ética porque el empresario apuesta al futuro, y permite el desarrollo de la comunidad y de los “otros” cuando elige colocar sus recursos en actividades de riesgo, en lugar de mantener su capital acumulado, o de gastarlo. Este es uno de los aspectos más interesantes del liberalismo: a partir del individualismo, se provocan efectos sociales, a partir del “egoísmo” se llega a la solidaridad. Tras la ética de la inversión privada está lo que Max Weber llamó “el imperativo moral de la creación de riqueza”.
La solidaridad no funciona cuando procede de la imposición de tesis presuntamente altruistas, que en el fondo son fundamentalismos de nuevo cuño. La solidaridad funciona cuando en ella están imbricados intereses. El altruismo es deseable -negarlo sería cínico-, para que opere más allá del asistencialismo y debe tener una razonable relación con los intereses de los agentes económicos. La naturaleza humana no es de ángeles, ni de seres esencialmente malos, es de hombres que, junto a la solidaridad tienen innegables inclinaciones por la ganancia. El error está en disociar esas realidades y construir a base de miedo y represión una nueva naturaleza humana, un “nuevo hombre” como propuso el socialismo, con los resultados catastróficos que se conocen.
6.- Los efectos sociales del lucro. A partir del afán de lucro, el capitalismo productivo ha logrado desarrollar inventos y recursos con efectos sociales incuestionables. El afán de lucro genera actividades que son el motor de la sociedad y que la mantienen viva. Allí está la dimensión ética de la inversión, y la paradójica naturaleza social del individualismo. Basta recordar el empleo que genera la inversión y los efectos de los inventos.
La ventaja consiste en que las inversiones del capitalismo productivo -no especulativo- no están en manos del Estado, y al no estarlo, no se diluye la responsabilidad de su manejo.
Hasta hoy no se ha imaginado un sistema alternativo, que pueda explotar la creatividad propia del afán de lucro y que, a la par, provoque efectos sociales, incluso cuando el inversionista no los busca.