El 12 de marzo de 2006 publiqué, aquí, una columna con el mismo título de esta. En aquella ocasión reflexionaba sobre la conveniencia de legalizar las drogas a propósito del Plan Colombia y los efectos que, por esa época, tenía sobre Ecuador. Tras los acontecimientos de dominio público el debate debería ser retomado y los antecedentes para discutir un asunto tan delicado podrían ser estos: ¿En qué se diferencian la cocaína del alcohol? Ambos son drogas; ambos provocan adicción; ambos pueden causar muerte o daños físicos irreparables. Sin embargo, el alcohol es una sustancia legal y la cocaína no. ¿Por qué?
A inicios del siglo anterior, el alcohol también fue proscrito. Bebidas alcohólicas se vendían en bares clandestinos a precios altísimos. Delincuentes contumaces como Al Capone aprovecharon esos márgenes leoninos para amasar fortunas en poco tiempo. Acumularon tanto dinero que pronto fueron capaces de sobornar a jueces y policías. También les alcanzó para financiar un ejército de matones para eliminar a quien rehusara ser comprado.
Esta mafia –que por años sembró corrupción y violencia en los EE.UU.– fue eliminada de un plumazo cuando se legalizó la producción y el consumo de alcohol. Ahora esta industria opera en casi todo el mundo, paga impuestos y genera empleo. En términos relativos, no hay más ni menos alcohólicos que antes, pero sí mejor información sobre los efectos nocivos que esta droga socialmente aceptada produce en quienes la consumen.
Milton Friedman –Nobel de Economía en 1976– fue el primero en apoyar abiertamente la legalización de drogas como la marihuana o la cocaína. Despenalizar estas sustancias permitiría que el Estado regule un negocio de miles de millones de dólares anuales, decía Friedman. Los costos sociales derivados del consumo de aquellas sustancias se reducirían, porque los pequeños consumidores –jóvenes en su mayoría– ya no serían encarcelados, sino hospitalizados (si fuera necesario), agregaba el académico.
Robert Barro –insigne profesor de economía en Harvard– tomó la posta de Friedman asegurando, en su columna de Business Week, que la única manera de derrotar a las narcoguerrillas era legalizando la droga en los EE.UU. Mientras los consumidores de los países ricos paguen altos precios por ella, siempre habrá alguien dispuesto a producir aquellos estupefacientes. Si la droga fuera legalizada, el monopolio de los cárteles desaparecería y, con él, su músculo financiero para sobornar o para mandar a matar. Esto les convertiría en un enemigo más vulnerable, asegura Barro.
Reflexionar sobre estos hechos, que pudieran parecer paradójicos, es una obligación para el Ecuador de hoy. Para enfrentar mejor un problema hay que entenderlo mejor también.
@GFMABest