El uno deja sus Memorias, cuyo segundo volumen acaba de aparecer y está muy bueno. Son el recuento de seis décadas de haber ejercido, y seguir ejerciendo, un periodismo honrado y vertical que no significa imparcial pues siempre trató de apoyar las buenas causas y desenmascarar los engaños del poder.
El otro deja diez años de insultos y atropellos de todo tipo contra los medios y los periodistas dignos que no plegaron a su proyecto, este delirio mesiánico que termina con un país endeudado hasta el cuello, la democracia en soletas y el IESS esquilmado y en peligro de muerte.
El uno ha sido un guía para varias generaciones de comunicadores que han visto en él un modelo de cómo se labra día tras día una credibilidad que casi nadie ostenta en Ecuador.
El otro, en cambio, deja a su sucesor un uso tan distorsionado de la palabra presidencial que incluso cuando Lenin Moreno reacciona decentemente y pide que se suspenda la infame acusación al consejo de ancianos y cuestiona el ataque a 7 medios por no haber reproducido el libelo de una kirchnerista, la mitad del país cree que solo está representando el papel de bueno en el sainete de la justicia correísta.
No llama la atención, entonces, que el otro ocupe parte de los últimos días de su gestión en lanzar sus venenosos dardos contra Alfonso Espinosa de los Monteros y contra el canal donde trabaja sin interrupciones desde hace 50 años, con récord Guinnes y todo. Vano empeño de humillar a un viejo venerable, aunque joven todavía en relación con doña Isabel, Simón y Julio César Trujillo, víctimas también de los operadores del aparato correísta.
Pero dejemos de lado al otro, que suficiente daño ha hecho a la libertad de expresión, y miremos las Memorias del comunicador. Son 1 290 páginas bien documentadas, con varias fotos de época y párrafos bien escritos que no pierden el ritmo y siempre van al grano como lo exige el buen periodismo, sin alardes literarios ni divagaciones teóricas.
La historia arranca en Ibarra con un profesor alcanzado por una bala del cuarto velasquismo, que cae muerto a los pies del joven Espinosa. Lo que sigue es, sobre todo, una extensa y sabrosa crónica de la política nacional, narrada por un testigo de excepción que ha entrevistado y eventualmente enfrentado a personajes de todo calibre.
Navegando por un mar de anécdotas, los lectores jóvenes se enterarán, por ejemplo, de la viveza política que condujo a la elección de Otto Arosemena, cuyo breve gobierno dio inició a los chanchullos petroleros que alcanzarían su perfección revolucionaria medio siglo después. Lo gracioso es que él, un oligarca, también desafió a Estados Unidos, mientras su par Febres Cordero se abrazaría con Fidel.
De eso y mucho más fue testigo privilegiado el periodista que nos deja este limpio legado, mientras el otro continúa ofendiendo a los buenos ecuatorianos hasta el último minuto de su estadía en Carondelet.
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