La semana que termina en América Latina estuvo plagada de noticias y primeras páginas sobre la Cumbre de las Américas. En Estados Unidos, los principales diarios ni se dieron por enterados. Fuera de una que otra nota informativa pequeña, The New York Times fue el único que editorializó el miércoles sobre la necesidad de que las nuevas relaciones Cuba-EE.UU. entren en una etapa constructiva a partir de la cumbre. ¿Por qué la disonancia? Fundamentalmente porque Barack Obama ha girado completamente el timón de política exterior estadounidense, desde las ambiciones insulsamente imperiales de George W. Bush hacia una política que responde estrictamente a los intereses básicos de EE.UU.: realismo clásico puro. Su lema es menos es más y su consigna es que EE.UU. participe (sean drones o ramas de olivo) solo cuando no hay otra salida y mejor con coaliciones de apoyo.
Al contrario de lo que dice Carlos Alberto Montaner, Obama no da palos de ciego en política exterior. Escoge muy bien sus peleas y estas generalmente están apoyadas por cuidadosos sondeos de opinión pública tratando de que esta no solo acompañe, sino lidere los cambios en política exterior.
La evidencia más cercana a la región fue la reapertura de relaciones diplomáticas con Cuba, apoyada por una amplia mayoría de estadounidenses. Para Obama, Cuba es una pieza importante tanto para facilitar el acuerdo de paz en Colombia, como para resolver el entuerto venezolano.
Si se preguntan ¿no es una intromisión el decreto ejecutivo de Obama contra los 7 funcionarios venezolanos? Para quienes lo ven así, basta solo decir que mucho río ha pasado desde el EE.UU. de Philip Agee, o el país resentido tras el 11-S. El decreto fue para Obama una medida necesaria de política interna para sostener su política exterior. Esta inoportuna medida le permitió legitimar el proceso con Cuba frente a los republicanos y, por otro lado, generar una plataforma de diálogo público sobre derechos humanos. Al parecer lo está logrando, dado que el resto de estados continentales está más preocupado por sostener a Maduro que por los presos políticos y la violencia contra el disenso durante el último año.
Por ahora, el centro de las preocupaciones de Obama es consolidar el acuerdo marco logrado con Irán la primera semana de abril. Si este se concreta este año, será la mejor noticia para la reconfiguración de relaciones en Oriente Medio. No solo detendría la carrera nuclear de Irán, sino podría reducir la capacidad de influencia israelí en la política doméstica estadounidense, una de las causas principales del estancamiento del proceso de paz con la Autonomía Palestina. Aunque los republicanos han amenazado con boicotear el acuerdo, la inmensa mayoría de estadounidenses (77%) lo apoya. Este es el verdadero legado de Obama que podría asegurar la continuación de la era demócrata con Hillary Clinton.
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