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Hay mucha incredulidad en los sectores democráticos del país. No es para menos. El correísmo, con tantas cosas que hizo, pulverizó la confianza en él y en la política: “En boca de tramposo, todo se vuelve dudoso” piensan miles. Por esto, los mensajes y medidas del Presidente Moreno, que creció con la revolución ciudadana, son vistos con recelo, pero también con esperanza, debido al ahogo, de no poca gente que desea salir de la pesadilla autoritaria.
¿Y si le concedemos el beneficio de la duda? Han dicho diversos colectivos ciudadanos. Algunos han aceptado el gesto de la mano tendida del Presidente y le han desafiado a concretar el dialogo propuesto, así como, expectantes, ven con buenos ojos el inicial destape de Odebrecht. Aunque, baja su entusiasmo al observar acciones contradictorias de cara a la pillería. La creación del frente anticorrupción, con fundamentalistas del correísmo, bajó el entusiasmo por Moreno.
Sin embargo, el beneficio de la duda subsiste. El nervioso y díscolo comportamiento en redes del anterior mandatario; el mensaje presidencial de confianza a las FF.AA. y a la Policía; la aparición cerca al Presidente de un estratega y operador político solvente y anticorreísta, Gustavo Larrea, reconforta a los dudosos, que desean ver en Lenin al posible destronador del caudillismo.
Pero, tal aspiración democrática tiene más problemas. A su incierta credibilidad, el Presidente suma una situación política vulnerable. No tiene partido ni base social. Dentro de casa, en el gabinete y en la Asamblea hay correístas furibundos o “lentos” que no quieren el cambio ni la verdad. Y, por otra parte, el morenismo, todavía es un decir. La situación no requiere un grupo de amigos del presidente. Demanda de un movimiento con agenda y proyecto. Además, la necesaria base social se hará realidad en el camino, a medida que el gobierno tome decisiones autocríticas y democráticas contundentes en todos los campos. En esta línea solo se ve activo al Secretario de la Senescyt, A. Barrera.
Otro problema es el tiempo que se agota. Si no acelera decisiones, las fuerzas democráticas y éticas, que están listas a apoyarle, lo abandonarán. Pronto tiene que dar el salto que le dotará de legitimidad y de una enorme base social para gobernar el país y la crisis.
Sin embargo, la pelota no solo está en la cancha del Presidente en cuanto persona. Está en sus colaboradores, ministros y asambleísta leales con él, pero sobre todo coherentes con la ética y la democracia reclamadas por la mayoría del país. La pelota está también en los partidos democráticos, en las organizaciones sociales, en los medios y en la gente común y corriente, que deben leer y entender el momento, y con urgencia e iniciativa política apoyar y forzar al presidente a actuar. Es hora de la sociedad civil.