Quizá muchos piensen que esta es una batalla perdida, pero yo, como Don Quijote, sigo soñando y luchando contra mis particulares molinos de viento. Y una de mis luchas, de mis insistencias, es el tema de la lectura.
Siento que leer es una necesidad y un placer. Una lectura es en rigor tan irrepetible como un sueño. Después de la lectura todavía puedes flotar en su atmósfera y seguir escudriñando el valor de las palabras y los conceptos.
Yo leo no para ser culto, sino para ser libre, para seguir transitando por este mundo de Dios, en el que, a decir de Don Miguel, “todos somos arrieros y en el camino andamos”, unas veces de la mano y otras veces enfrentados.
Muchas de nuestras ignorancias, de nuestro irrespeto y falta de tino nacen de aquí, de lo poco que leemos y aprendemos de los demás. Somos torpes no sólo para aprender, sino también para expresar nuestra propia sabiduría, nuestros sentimientos y emociones más profundas. El nuestro es un lenguaje mayormente funcional, a veces poco más rico que la señalética de una institución pública.
Hace no mucho, en una prestigiosa universidad, un alumno de comunicación me preguntó la razón por la que escribo bien (¡qué halago!). Le contesté que es porque leo bien, mucho y despacio. Y es que la experiencia de la lectura es un viaje mental y cordial al mismo tiempo, que nos introduce en los vericuetos interiores del autor y acaba ubicándonos en la realidad inmediata, aunque sólo sea por comparación. Lo bueno de la lectura es que no sólo te ayuda a soñar con tiempos venideros, sino que te hace crítico con los tiempos presentes.
En estos tiempos que, para muchos, son vacacionales, procuren dedicar tiempo a la lectura, a realizar ese viaje interior, el único que nos consiente salir de nosotros mismos, sin expropiarnos ni traicionarnos. Quizá la gran tentación sea apalancarse en la novela y evadirse en la ficción. Den un paso más. Métanse en el mundo de la poesía (“todo en la noche vive una duda secreta”) y, muy especialmente, en el de la espiritualidad (“allí donde los frutos sirven para que otros vivan”). Y, casi sin quererlo, encontrarán nuevos motivos para salir del vacío y del aburrimiento, para humanizarse y ser mejores.
No consientan que sus hijos queden para siempre prisioneros de una tecnología deshumanizada. Enséñenles a leer, a descubrir mundos nuevos y a soñar mundos mejores, a meterse de lleno en la aventura de amar y de comprometerse con el amado.
Algún día aprenderán a tocar el bien y la belleza sin que la codicia los destruya. Algún día descubrirán el misterio de Dios, encerrado en el ropaje humilde de la condición humana.
Ya sé que hay otras urgencias y que primero es vivir y, después, filosofar. Pero no vale vivir de cualquier manera, ignorantes de nosotros mismos. Leer nos hará más humanos, sabios y felices.