La prosa de Javier Marías es sinuosa, torturada, llena de cláusulas subordinadas que van construyendo oraciones kilométricas que a veces resultan difíciles de seguir porque el lector se pierde en el laberinto de reflexiones que hace el narrador y termina olvidando el sujeto, el propósito inicial de todas aquellas palabras.
Y, sin embargo, uno continúa leyendo. ¿Por qué? Porque las reflexiones del narrador son escalofriantes. Su tono es entre malicioso y descreído; entre amoral y desesperado. La prosa de Marías es heladamente cerebral pero, a la vez, intensa.
El lector percibe una emoción contenida en sus novelas. Una suerte de magma volcánico que recorre toda su literatura. Ese contraste es, precisamente, lo que le da valor a las historias que construye.
Por un lado, el castellano que utiliza Marías es sumamente cuidado, casi preciosista. Es evidente que este escritor es un apasionado del estilo. Se asegura que el ritmo de la narración no se rompa jamás. Utiliza con maestría las comas y los puntos seguidos, para dar la sensación al lector de que está presenciando el flujo de conciencia de una persona de carne y hueso. Un flujo de conciencia interminable e impúdico porque el narrador de la historia no sabe que un extraño –el lector– se está enterando de todo lo que piensa y está interpretando todo lo que siente.
Sentimientos y reflexiones son una misma cosa en la literatura de Marías. La cabeza, el razocinio, es un instrumento que sirve para entender y domeñar los sentimientos apasionados del narrador. La lógica implacable con la que va construyendo sus reflexiones es apenas un recurso de última instancia con el que intenta desentrañar su destino paradójico e inescrutable.
La intensa humanidad y vigencia de la literatura de Marías está precisamente en que nos revela los límites del conocimiento racional y nos retrata a las personas como sujetos sentimentales medio incapaces de lidiar con esas emociones que atraviesan nuestras vidas y que definen –para bien o para mal– nuestras existencias.
Todas las novelas de Marías son portentosas pero tal vez haya una que lo es más: ‘Negra espalda del tiempo’. En ese libro el autor transgrede reglas y convenciones literarias hasta crear una historia única donde el lector no sabe si está en presencia de una historia de ficción o de un pasaje de la vida del autor.
Por ejemplo, en aquella novela Marías transcribe enteramente el capítulo de otro libro suyo –‘Todas las almas’– e inventa un personaje que también es escritor y que se llama igual que él. Incluso el epígrafe con el que empieza la historia lleva al engaño y a la confusión. El resultado final de todo aquello es una obra maestra de uno de los grandes escritores de todos los tiempos, alguien que, estoy seguro, será comparado con Charles Dickens o con Henry James.