El populismo es un cáncer para la democracia. Y, al igual que la enfermedad, este puede atacar a ricos o a pobres, a grandes o pequeños; todos somos potencialmente vulnerables.
Saquemos algunas observaciones de lo ocurrido en Francia. A ver si nosotros algún día nos curamos.
Para empezar – sigamos con la misma analogía – hay un cierto número de prácticas, una higiene de vida, que de no ser respetada favorece la formación de tumores. Los populismos suelen nacer como vías alternas cuando los cauces democráticos defraudan al votante. Cuando de manera repetida los partidos tradicionales pactan malsanamente con grupos de poder, cuando son demagogos en sus promesas para luego defraudar las esperanzas en la gente, cuando su gestión poco democrática exaspera a los ciudadanos y estos piensan que es culpa de este modelo y no una falla específica del partido, cuando esta falta de higiene se prolonga durante años es natural que aparezcan radicalismos que propongan soluciones que no son compatibles con la democracia. La centro-derecha de Sarkozy tuvo una administración desastrosa. Su periodo estuvo plagado de escándalos que iban desde la financiación ilegal de campañas por malignos del porte de Gadafi. El pueblo francés depositó sus esperanzas entonces en la centro-izquierda. Hollande prometía ser un “presidente normal”, es decir uno que no esté plagado de novelas de corrupción y explosiones mediáticas. Apenas empezado su mandato ya explotó el primer escándalo con su Ministro de Presupuesto, Jerome Cahuzac, condenado por fraude fiscal y lavado de activos. La primera culpa del advenimiento de populismos descansa en la irresponsabilidad de los políticos supuestamente “demócratas”. Resultado, es la primera vez en la V República francesa (instaurada en 1958), que en la segunda vuelta electoral no está presente un representante de los dos grandes movimientos políticos de derecha e izquierda. Pero lo más sorprendente, y que se ha puesto en evidencia en estas elecciones, es la permisividad con la corrupción del votante populista. Fillon, el candidato de la centro-derecha, estuvo salpicado por escándalos de corrupción de mucho menor envergadura que los que se le imputan a la populista Le Pen.
Pero fue suficiente para asquear y espantar a sus votantes. Fenómeno inverso pasó con el populismo. Los supuestos delitos de Le Pen son mucho más cuantiosos, mucho más graves, mucho más alarmantes. Ella aparentemente robó con descaro de las arcas de la Unión Europea, pero se ha escudado en la inmunidad parlamentaria para evitar los procesos. A los votantes populistas esto no les importó un pepino. Votantes fanáticos que no les importa los escándalos de corrupción, típico del populismo.¿No les hace acuerdo de casos más cercanos?
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