Los resultados de las urnas colombianas el pasado domingo motivan algunas reflexiones. En primer lugar, resulta evidente la vocación democrática, por lo menos en un proceso electoral de resultados reñidos, sin alteraciones al orden y respetando los resultados. Debe añadirse que el entorno corresponde un país históricamente democrático. El proceso electoral dejó clara la concurrencia ordenada a las urnas, la ausencia de altercados o violencia y el respeto a los resultados. Parece poco, pero en Sudamérica significa una tendencia a guardar la importante formalidad democrática por la vía electoral.
La segunda lección es que Colombia descarta las opciones tradicionales de las castas liberales y conservadoras y, quizá, lo más importante, significa superar le escollo antidemocrático y violento que ha significado la presencia de Álvaro Uribe, luego de un par de décadas.
En tercer lugar, hay que admitir que el resultado no arroja una gran diferencia con la situación de Ecuador. Mientras el vecino del norte elegía, aquí se cerraban las vías y muchos parecían iniciar un movimiento destinado a sacar del poder a un presidente que a duras penas cumple un año del gobierno. ¿Sacarlo para qué? Para volver a sacar el siguiente o utilizar el oxidado recurso de la muerta cruzada y regresar al deporte de elegir y sacar del poder hasta que toque tumbarlo.
El mapa nacional luego de esta semana para el Ecuador es aterrador. La izquierda, o lo que queda de la vieja guardia está contagiado por el populismo de Correa pues consideran que es la única vía para alcanzar el poder; la derecha carece, en su gran mayoría, de una elemental cultura política. Son aprendices de Trump y del salvadoreño Bukele, pues se les murió tanto Pinochet y Videla.
El escenario internacional permite que Ecuador y Colombia acuerden posiciones comunes que por historia y geografía resultan obvias. Los dos países juntos y la concreción de una entente, que es una relación amistosa y de mutua confianza debe ser inmediata. El escenario mundial exige esa presencia.