El drama que vive Venezuela a manos de una casta política incapaz y fanática, que pese a todo aún encuentran resonancia en algunas mentes sectarias del resto del continente, que intentan inventar excusas para edulcorar lo indefendible, debe constituir un penoso laboratorio de aprendizaje con miras a que no se repita esa dolorosa experiencia en otro país de la Región. El suelo llanero hace media centuria era receptor de migrantes provenientes en su gran mayoría de España e Italia, que encontraban una tierra de oportunidades; ahora expulsa a los suyos que huyen de la escasez y la miseria, en una diáspora dolorosa e inentendible. ¿Qué sucedió en apenas medio siglo? No dejan de tener responsabilidad las clases dirigentes que, en su comodidad y despreocupación por los más necesitados, permitieron que vaya germinando la insatisfacción en un inmenso sector de la sociedad, al que no llegaba en forma eficiente los beneficios de un país inmensamente rico por sus recursos. Como había sido décadas atrás la práctica militar en esa nación caribeña, aprovechándose de la situación un coronel se hizo de todos los poderes para sumirla en la mayor crisis de su historia, tarea que fue culminada a la perfección por su sucesor, un individuo de pocas luces.
Arrasaron con todo. Pero, hace dos décadas ¿quién iba a suponer que el otrora rico estado venezolano, con una producción petrolera seis veces mayor que la ecuatoriana y una industria siderúrgica y petroquímica fuerte, iba a terminar en las condiciones de ahora? Al igual que la Argentina peronista, con sus delirios y tesis desvencijadas, hicieron todo lo posible para andar en contra de los tiempos y, en lugar de avanzar para brindar mejores condiciones de vida a sus habitantes, les han sumido en tiempos inciertos y de desesperanza.
Cuando a nivel mundial nadie discute sobre la necesidad de atraer capitales a los países con el objeto de impulsar sus economías, ¿quién se atreve a arriesgar sus recursos en países como Venezuela, con una inflación que se estima llegará este año a un millón por ciento, como lo señala una nota del diario El País, que pulverizará cerca de 7 mil millones de euros del patrimonio de empresas españolas, que verán afectadas sus inversiones en suelo llanero?
Pese a las evidencias ¿seguiremos con el catecismo tercermundista de endosar la culpa de la precaria situación que atraviesa Latinoamérica a países que, a su tiempo, entendieron que la mejor manera de brindar bienestar a sus ciudadanos era impulsando la creatividad y apoyando a los emprendedores? Nada de lo que sucede a nuestro alrededor hace pensar que esta situación cambie ostensiblemente en los años venideros. Siempre existirán voces que con porfía insistan en tesis que destrozan las economías y pauperizan a los países y a sus habitantes. Sólo una profunda transformación cultural que nos despoje de prejuicios y tabúes nos permitirá avanzar en un camino diferente que deje atrás, décadas de estrechez y miseria.