El torbellino político que vivimos merece una pausa… para recordar un hecho extraordinario poco difundido… Los resultados de las elecciones de Junta Parroquial en Calacalí. En esta población cercana a Quito ganó sin apelaciones el voto nulo. Gran valor simbólico.
1.882 parroquianos (48.5%) votaron nulo frente a 1.806 votos válidos. Los blancos sumaron 189 y los ausentes 545. Los perdedores fueron Izquierda Democrática, Revolución Ciudadana, Va por Ti y Centro Democrático. Ni juntos ni separados alcanzaron al avasallante nulo. El Código de la Democracia prevé la repetición del proceso.
Dos hechos destacados. Primero, ningún candidato sintonizó con las necesidades populares: agua, caminos, escuela, contaminación, turismo. Segundo, el voto nulo fue fruto de una campaña sostenida de pobladores y especialmente de Jorge Vaca, el “candidato del nulo”.
El fenómeno deja lecciones. Una es la desconfianza de los electores. No comieron cuento. No sucumbieron a las campañas edulcoradas. Ni a los recorridos sonrientes. Ni a las diversiones montadas o las ofertas populistas. Marcaron distancia con la clase política local. La rechazaron. Una clarinada para la arrogancia de los políticos.
El hecho -particular pero histórico- provoca admiración y reflexión. Cuestiona el rol de los partidos, el nivel de sus cuadros y los procesos de selección de candidatos. Revela que también en los rincones emergen apetitos de poder y figuración personal.
Algo más. El voto nulo quedó reivindicado. A pesar de muchos esfuerzos por ignorarlo. Hay condumio y significado en él. No es indiferencia o irresponsabilidad. Es señal inequívoca de descontento, de duda frente a la farsa electorera. Una muestra de rebeldía y libertad frente a la publicidad atropelladora, diseñada casi siempre para imbéciles.
Ejemplo para sacarse el sombrero. Si el fenómeno se habría extendido, tendríamos otro escenario y discusión. Ojalá reparemos en este episodio singular. Le puede hacer bien a la democracia de papel que vivimos.