Tras el cambio de gobierno de mayo pasado se ha generado una evidente pugna en el movimiento de gobierno que no por previsible es menos sorprendente. Este conflicto me ha llevado a reflexionar sobre un valor capital del ser humano: la lealtad.
El presidente Moreno advirtió durante la campaña y en sus primeros días en el poder que habrá “un cambio de estilo”, habló de tener la “mano tendida” a todos los ecuatorianos y de la necesidad de un “diálogo” para reconciliar al país. Una vez en el mando se ha empeñado sin dilaciones en cumplir lo anunciado para sorpresa sobre todo de sus compañeros del Movimiento PAIS, acostumbrados por más de diez años a la confrontación, a la descalificación y al autoritarismo del presidente saliente.
La actitud de Moreno, encomiable por cierto en un país en severa crisis y que requiere superar los sectarismos, ha producido múltiples efectos en varios sectores sociales. La oposición ha aceptado el diálogo con mayor o menor entusiasmo, los empresarios con interés y cautela, los indígenas con disimulada satisfacción, los periodistas con cierto escepticismo y la mayoría del pueblo ecuatoriano con alivio, agrado y hasta ilusión. Hay otro clima, sin duda. Pero donde se ha producido desconcierto y hasta diría un resquebrajamiento público es en su propia alianza política en la cual sus dos líderes, Moreno y Correa, se han atacado, tweets mediante, de manera agresiva y sin contemplaciones.
Frente a este nuevo escenario, en el grupo que actualmente se encuentra en el poder se presenta el eterno dilema humano -que no debería serlo- entre la lealtad y la conveniencia. Quienes tanto aprovecharon y disfrutaron con Correa, el sentimiento de lealtad hacía pensar que ante la disyuntiva serían solidarios con quien tanto les dio. De ahí que no resulta fácil comprender cómo actuales ministros y altas autoridades así como futuros embajadores, que planteados ante el dilema sirvan a quien su máximo líder, Rafael Correa, ha calificado de “mediocre” y “desleal”. Por supuesto que no esperaría que hagan oposición al nuevo gobierno pero tampoco que colaboren con un presidente a quien Correa ha despreciado severa y públicamente.
La coherencia que Fernando Alvarado demanda al presidente Moreno es, por el contrario, más bien aplicable a todas aquellas figuras políticas que crecieron a la sombra de Correa y que ahora colaboran entusiastamente con el nuevo presidente.
Resulta que Lenín Moreno ha sido más coherente con lo que ha venido anunciando de buscar consensos, que los incondicionales del ex presidente Correa lo están siendo ahora con un “mediocre” y “desleal”.
¿Es que existe lealtad en política? No parece que la haya inclusive entre los que dicen coincidir en los mismos valores y principios.