No sé qué dirán la sociología y la psicología pero, a la luz de la experiencia, parece que es más fácil cambiar de pareja que de equipo de fútbol. Lo cual no solo habla de la calidad de nuestra lealtad, sino también de la fragilidad de nuestros amores, promesas y compromisos.
¿Qué es lo que hace que una lealtad sea firme y duradera? Posiblemente el hecho de que crezca con nosotros. Y, ciertamente, la lealtad al club de fútbol es algo que, en la mayoría de los casos, nace en la adolescencia (incluso en la niñez) y nos acompaña durante todo nuestro proceso de crecimiento como una segunda piel.
La lealtad necesita identidad y sentido de pertenencia. Es preciso llegar a la convicción de que si no fuésemos leales no seríamos nosotros mismos… Es más, si no tenemos referencias vivas que nos vinculen (personas, proyectos, valores), y nos hagan sentir bien, protagonistas y comprometi-dos, la vida no tendría demasiado sentido. Podemos tener las mejores intenciones… pero no es suficiente. La lealtad necesita referencias y medios que nos ayuden a encarnar lo que, tantas veces, solo habita en nuestra imaginación.
El amor se pierde cuando no se cuida, cuando poco a poco y quizá sin darnos cuenta comenzamos a percibir al otro como antagonista y no como aliado. Entonces la tentación es levantar barreras, crear distancias y destruir los puentes, ignorando el hecho de que el amor solo crece en las distancias cortas. Si, además, chocamos con la piedra del orgullo herido, apaga y vamos… La lealtad requiere tiempos y espacios de cercanía, acogida, diálogo y perdón… Pero el orgullo se come las palabras y nos vuelve mudos. Importa dar el paso y pronunciar las palabras verdaderas, expresando los sentimientos represados, diciendo la verdad aunque duela. Lo cierto es que, cuando uno se siente juzgado, expropiado o maltratado, y no encuentra cauces de diálogo y de entendimiento, tiende a replegarse en el silencio, en la distancia o en la huida.
A lo largo de los años he acompañado a muchas parejas que no siempre han tenido claro el principio de la lealtad. No basta con estar bien, experimentar la satisfacción o no tener especiales problemas. Es preciso hacer del amor un auténtico compromiso de promoción y de fidelidad. ¿Por qué es más fácil cambiar de pareja que de equipo de fútbol? Quizá porque en algún momento, cuando éramos adolescentes, vivimos la experiencia de la incondicionalidad y, ahora, en el tiempo adulto, hemos aprendido a poner condiciones a casi todo, incluido el amor.
Quizá muchos de ustedes piensen que mi discurrir es in-genuo, pero vivo convencido de que la incondicionalidad, lejos del halago y de la condescendencia, hay que vivirla desde el riesgo y desde la apuesta por el otro. ¿Habrá lealtad sin sufrimiento? No lo sé. Sí sé que en el espacio incondicional muchas cosas son posibles y casi todo se puede decir y escuchar. Como dice el poeta, solo permanece lo que se ama…