Todo empezó a hacerse público un 17 de marzo. Lo que fue la investigación sobre una operación de blanqueo de dinero en Curitiba terminó – aún no termina – en el escándalo más grande de corrupción del que se tenga memoria en Brasil. El tinglado del ‘mensalao’ – sobornos por tráfico de influencias – se quedó chico ante esta trama que se empezó a desenredar hace tres años.
Muchos se volverán a preguntar por qué se llama ‘Lava Jato’. La operación tiene la punta del ovillo en una cadena de gasolineras con lavadoras de autos. La analogía de hacer legal el dinero sucio viene de allí.
Ahora, ese dinero sucio de dónde provenía. Pues de las coimas, sobornos y propinas que se urdían entre la empresa Petrobras y varias de las gigantes constructoras de Brasil. Pero Petrobras tenía nombres de funcionarios de carne y hueso y es así como la entrega de un auto de lujo empezó a despertar sospechas.
La montaña de acusaciones, que no terminarán por un buen tiempo, alcanza a los llamados a declarar a la ex presidenta Dilma Rousseff. Ella perdió el cargo por un juicio político. Todo revela una corrupción sistémica. Los partidos financiaban sus campañas por medio de este mecanismo. Del sistema parecen haberse beneficiado no solamente el Partido de los Trabajadores sino el propio grupo del que forma parte el presidente Michel Temer; se está indagando. Y, por su puesto Lula, con más de 200 juicios por distintas causas. La imagen de un ícono de la izquierda que hizo transformaciones sociales importantes y que tuvo admiración y liderazgo, ya tocada por el ‘mensalao’, se derrumbó con el ‘Lava Jato’.
La corrupción existe y ha existido siempre. Nada la justifica, pero lo peor es el sistema del cual todos participan. Y no es dinero que sale de las empresas privadas que pagan, como se ha dicho, no, es dinero del erario nacional, ya que las grandes obras recargan millonarios sobreprecios para alimentar el sistema perverso.