Espero, querido Gonzalo, que no te importe que añada a la palabra “absurdo”, con la que terminabas tu análisis sobre Nicaragua el pasado domingo, otra palabra más íntima pero igualmente crítica, que es la palabra “pena”. Es la pena que siento cuando pienso en el final de tantas revoluciones mundiales y latinoamericanas, incluida la del siglo XXI, que no fueron más que oportunidades perdidas y ocasión de que otros sinvergüenzas repitieran los desmanes. No es que los sueños quedaran encerrados en el baúl de los recuerdos… Más bien se han ido al tacho de la basura, allí donde fermentan los desechos de la liberación frustrada por la codicia humana y el afán de poder.
Y sin embargo, gracias a esos sueños frustrados y a los latidos de rebeldía frente a los Somozas, Duvaliers y Batistas de turno, nuestra historia ha ido avanzando y rompiendo esa esclavitud que hace del hombre un lobo para el hombre. No deja de ser curioso que ahora, a la vuelta de la esquina de las nuevas alianzas, sean los hombres y mujeres de las manos limpias y de los corazones ardientes los que vuelvan a esclavizar a sus pueblos y devoren como Saturno a sus hijos.
Me tocó vivir los efectos de la guerra caliente, los de la guerra fría, contemplar cómo los puros se echaban al monte proclamando a los cuatro vientos la libertad. Y todo para dejar una estela de nepotismo, de corrupción y de miseria. Así es la vida y así es la historia de los hombres, siempre teñida de claroscuro. Habrá que esperar a los próximos redentores. Y habrá que seguir luchando, convencidos de que el último capítulo tiene un sabor escatológico y que está en las manos del Cordero, el único que quita el pecado del mundo.
Vivimos al día y el consumo de las imágenes no nos permite vivir con profundidad. Kim y Moon cogiditos de la mano siguen alimentando nuestros sueños de paz. Y, a pesar de todo, no es extraño el desencanto y la desconfianza de muchos habitantes de este continente ante los avatares de la política. De la mano de Ortega y compañía seguiremos siendo anacrónicos por mucho tiempo.
Siento la pena de esta decepción y, sobre todo, las calles salpicadas de cadáveres de jóvenes soñadores. Dicen que el papel lo aguanta todo. Lo mismo ocurre con la ideología. Por eso, también da pena el silencio de nuestros gobernantes, salvado el magnífico discurso en la posesión de Ortega a favor de la entrañable amiga, hermana y compañera vicepresidenta. Lo bueno es que, puertas adentro, nuestros políticos dicen cada vez menos tonterías, no por convicción sino por la fuerza de los hechos, entre los cuales brilla con luz propia la corrupción económica y política, amén de la necesidad de lavar los viejos excesos.
Necesitamos una honda regeneración ética que haga que, en medio de semejantes desastres, sigan brillando los sueños de un mundo infinitamente mejor. Hay que seguir.