En Roma doblan las campanas y su sonido triste trae a mi memoria el recuerdo infantil de monaguillo cuando las campanas tenían un leguaje que era comprendido por el campanero y por la parroquia. La repetición de tres sonidos lentos y agudos seguidos de un sonido grave era la forma de anunciar la muerte. En Roma las campanas han doblado por la muerte del Papa Emérito o jubilado, Benedicto XVI.
50.000 personas han asistido a la misa de cuerpo presente oficiada por el sucesor, el Papa Francisco. Benedicto Gobernó la Iglesia Católica durante siete años y ha pasado casi diez años como Emérito. Sorprendió al mundo cuando anunció su renuncia en el año 2013 agobiado aparentemente, por la división interna, la corrupción y los casos de abuso sexual.
La historia de la Iglesia tiene capítulos aterradores con episodios de violencia, intrigas, destierros y asesinatos, pero casos de renuncia voluntaria se conoce de cuatro antes de Benedicto. El Papa Francisco visitó, hace pocos meses, la tumba de uno de ellos, Celestino V, en la ciudad de L’Aquila. Celestino vivió como eremita, cinco años de vida solitaria en una cueva y otros 25 años con compañeros de la orden de los Celestinos.
Cuando tenía 79 años fue elegido Papa por aclamación y estableció su sede en Nápoles a donde llegó a lomos de un asno conducido por el rey Carlos I de Anjou. Cinco meses después presentó su renuncia “por enfermedad, falta de conocimientos y para retornar a su vida de ermitaño”, pero fue encarcelado por Bonifacio VIII, su sucesor. Murió encerrado en la torre de un castillo.
Con la muerte de Benedicto se inicia una nueva etapa en la Iglesia porque libera al Papa Francisco de la sombra de su antecesor y de la utilización que hacían de él los sectores más conservadores. Siguiendo el ejemplo de Celestino y Benedicto, el Papa Francisco ha anticipado que podría renunciar si no se siente con la fuerza física y la autoridad para implementar los cambios que requiere la Iglesia Católica.