Las masacres infernales en las cárceles -con más de 320 muertos en 2021- expresan una situación de violencia general. Operan además como disparadores de un ciclo interminable de terror en todo el país.
Los análisis son diversos. Unos conciben los problemas como ajenos; abogan por mano dura inmediata. Otros, identifican causas estructurales y sienten los muertos como propios; apuestan por el largo plazo y medidas de fondo. Penosamente, acostumbramos a entender la urgencia como un par de medidas efectistas. Y el largo plazo como postergación de todo hasta quedar en nada. Pero largo plazo y urgencia son inseparables. Se dan sentido mutuamente.
La violencia a gran escala se ha vivido ya en algunos países de Centroamérica: espacios vedados, horarios recortados, armas, policía cautelosa, medios remordidos. Se camina en puntillas, se habla en voz baja. Sin pretender sonar a profecía del desastre, evidenciamos al menos 4 situaciones a las que suelen arribar estas violencias cuando no son detenidas a tiempo: sicariato, extorsión, bandas paramilitares, infiltración.
El sicariato, ligado a las mafias narco, tiende a expandirse. El alquiler de matones profesionales se vuelve funcional a todo: venganzas personales, intimidación, castigos, cobro de deudas, disputas familiares y pasionales. Se construye una industria del sicariato con sus tarifas, condiciones, modalidad de reclutamiento, códigos… Lo que vivimos ahora es un adelanto.
La extorsión se instala. Cada vez más personas y negocios involucrados, incluyendo los reos. Sus autores no siempre son las grandes mafias. Ponen a las víctimas contra la pared con amenazas reales o mentirosas. Chantaje feroz: seguridad para seguir viviendo, la vida propia y de la familia. Todo a cambio de plata y silencio.
Los grupos paramilitares se reproducen. Pandillas de diverso tamaño y bien armadas. Decididas a jugarse la vida. Algunas permanecen sueltas, otras se enganchan en redes internacionales. Surgen también los grupos informales de vengadores,
de justicia por mano propia, de limpieza social. Enfrentamiento con otros y con el Estado. Todo subterráneo y paralelo al mundo formal.
Los infiltrados aumentan. Se incrustan en todos los niveles, incluyendo farándula, milicia, política. Los procesos se ensucian, se retuercen para favorecer a determinados grupos. Se riega la desconfianza y la sospecha en las relaciones. Las instituciones se corrompen, se desvirtúan.
Para esta caravana de terror -que ya vivimos en grado inicial- se reclutan jóvenes pobres, marginados. Sobre todo NINIS, jóvenes que ni estudian ni trabajan. Chicos sin alternativas que encuentran en las pandillas identidad, pertenencia, dinero, poder… Desgraciadamente, no apreciamos aún una estrategia integral de cuidado de nuestra juventud…
Educación, empleo, cultura y deporte son alternativas de largo plazo que deben empezar urgentemente.