Columnista invitado
Definir al populismo es complejo y al respecto existe un continuo y arduo debate en la academia, acentuado por el surgimiento del llamado “populismo radical” en Latinoamérica – representado por Chávez, Kirchner, Morales o Correa-, por el fortalecimiento de los movimientos populistas europeos o por el triunfo de un outsider populista en EE.UU.
Pese a estas dificultades de definición, hay acuerdo sobre ciertos rasgos esenciales de este fenómeno político, como la existencia de sentimientos anti elitistas y anti sistema articulados mediante un discurso polarizador que contrapone al “pueblo” contra la “oligarquía”, sumado a un fuerte nacionalismo, que busca una suerte de “recuperación” de la patria para el pueblo y que exalta a la nación como un valor político supremo, incluso con tintes fascistas, características que fomentan la intolerancia y la xenofobia.
Así, por ejemplo, en el caso del ex presidente Correa, su discurso, además de hacer relación permanente a una supuesta “recuperación de la patria” o a una “Patria Altiva y Soberana”, ha sido sumamente maniqueo, dividiendo al país entre quienes apoyan su proyecto político y entre quienes se oponen, los que han sido tachados de enemigos, traidores y “vendepatrias”, entre otros epítetos. Esta predica ha calado hondo en nuestra sociedad, consiguiendo una polarización que no se ha visto en toda la última era democrática, por lo menos, y que ha generado altos niveles de intolerancia y hostilidad.
Para muestra un botón:
Luis, académico español y profesor de una prestigiosa universidad ecuatoriana, fue invitado a dar una conferencia en la Universidad Central. Cuando ingresó al campus, le llamó la atención que dentro del mismo hubiera monumentos a héroes indígenas latinoamericanos (la Plaza Indoamérica), y preguntó en un tuit: “¿Alguno de estos indígenas ha contribuido al conocimiento universitario? ¿Entonces qué hacen en la universidad central?”
Lo que se le vino encima fue de antología. Recibió respuestas de lo más variopintas, pero las que más abundaron fueron aquellas del tinte “extranjero ignorante, lárgate a tu país”, en un derroche de intolerancia, xenofobia y ultranacionalismo que nos reveló de cuerpo entero. Incluso un concejal de Quito le negaba su derecho a opinar sobre el tema “porque el coloniaje acabó el 24 de mayo de 1822”.
Puede o no gustarnos la pregunta de Luis, pero tiene todo el derecho a hacerla, sin que tenga importancia alguna su nacionalidad, pero nosotros, tan indígenas puros todos, nos indignamos, lo mandamos a callar y a regresar a su país. Ahora, lo que me preocupa de todo esto, aparte de la seguridad de Luis, es la duda sobre si el discurso de Correa nos ha vuelto intolerantes y xenófobos o simplemente exacerbó esas características. Cualquiera sea la respuesta es bastante triste.