Por respeto y tradición la palabra de un Presidente de la República es la máxima expresión de la autoridad del Estado. Ésta, verbal o escrita, refleja su criterio, decisión o instrucción, dentro del poder ejecutivo, que dirige al pueblo que lo ha elegido. Encarna la voz de sus mandantes, los ciudadanos, y del Estado. Si su palabra se expresa, según el caso, de manera solemne su impacto es mayor, si lo hace informalmente puede llegar más al pueblo, y, si es ante la prensa, debe ser mesurada y directa para que su efecto sea el que busca.
En política la palabra del Presidente, y cómo la transmite, es esencial.
Ha terminado una década en que el Jefe de Estado saliente la denigró. Abusó y desacreditó su palabra, la desgastó. Y el pueblo claramente después de tantos años se agotó. La usó, en el ámbito doméstico, para insultar y ofender a propios y extraños.
Hay una lista con decenas de epítetos humillantes proferidos por el ex Presidente durante su mandato contra opositores políticos, intelectuales, periodistas, indígenas, artistas, caricaturistas y personas comunes que se atrevieron a expresar su discrepancia con el mandatario.
Pronunció palabras inaceptables en un Jefe de Estado que se precie de respetar su función y al pueblo que representa.
Utilizó su palabra sin mesura para ofrecer cambios, obras, políticas, en fin, que no siempre cumplió. Lo hizo con frecuencia durante las sabatinas, con fiesta y jolgorio, restándole seriedad a sus anuncios. Se dejó llevar por su compleja personalidad. Ocultó realidades, rectificó en ocasiones, en otras responsabilizó a sus subalternos –ministros incluidos-, es decir desacreditó su palabra y con ello “la majestad del poder”.
En el campo internacional fue más mesurado en la forma pero no en el fondo. Priorizó posiciones más ideológicas que la defensa de los intereses nacionales, craso error.
Desde mayo pasado, con la llegada al poder del presidente Lenin Moreno, está claro que ese estilo ha cambiado radicalmente y que se va revalorizando la palabra presidencial. No requiere pronunciarse permanentemente, para ello debe crear un vocero de Carondelet, deben hacerlo sus ministros.
Se constata que Moreno evita no solo el formato agresivo y prepotente de su palabra, que por lo demás no va con su talante, sino también su contenido. Su palabra es mesurada aunque no por ello menos firme, la forma y el contexto en que se expresa parece apropiado –de ahí su incremento de aceptación en las encuestas-.
El ambiente ha mejorado sin duda y su palabra cobra credibilidad.
La ciudadanía lo ha reconocido aunque sea difícil de digerir para quienes añoran el pasado estilo confrontacional y autoritario.
Hago votos por que este estilo se consolide.