Por miles de años las lágrimas han esculpido el rostro del hombre quien jamás ha comprendido el porqué del sufrimiento. Humanidad que llora es humanidad que desciende a la conciencia de su desamparo. No hace mucho escribí sobre el enigma del dolor y de las lágrimas, reflexiones a las que vuelvo ahora cuando la humanidad sufre una nueva tribulación provocada esta vez por una peste mítica, el covid-19.
Y aunque esto suene a trivialidad y paradoja, no hay tragedia humana en la que vida y muerte se entremezclen. Con una lágrima comienza todo y con otra termina todo. Hay lágrimas al nacer y lágrimas al morir. Las hay de gozo, de ternura, de despecho, de dolor. Unas son consentidas, brotan impulsadas por un legítimo deseo de llorar, y hay otras, esas que afloran sin haberlas llamado, las que, para vergüenza de quien las vierte, corren por el rostro delatando sentimientos y flaquezas escondidas. Solo los niños las expresan abiertamente, las lágrimas son su lenguaje. Verdades hay que se tornan evidentes después de haber derramado unas cuántas lágrimas.
Llorar es tan necesario como reír o cantar. Es desahogarse, aplacarse, liberarse de opresiones íntimas. Desde la psicología, llorar es comenzar a curarse. Lágrimas que no se lloran serán silencios que nos pesen, tristezas que se empocen. Quien llora y dedica sus lágrimas a aquel que las causó, estas se convierten en acusación y condena. Llorar es un don tan preciado como el perdonar y pocos los tienen juntos. Cuando las lágrimas van unidas al perdón y es una madre quien las derrama porque los hijos la han abandonado, entonces esas lágrimas son su castigo. Quien ama, sufre, y quien conoce mucho es porque mucho ha sufrido.
Al igual que la palabra articulada, la lágrima es privativa del ser humano. Una y otra son testimonios del espíritu, expresiones del alma oculta. Nadie llora por el futuro, por lo que aún no ha sido; se llora por el presente, por lo que es y lo que fue. Y si la conciencia es dolor como pensaba Schopenhauer y, a más de ello, es duración, temporalidad pura como decía Bergson, entonces el dolor del ser humano no es otra cosa que vivencia del pasado. Con las lágrimas de la humanidad entera se podría anegar al mundo.
Cuando la belleza de un paisaje nos deslumbra y la nobleza de una acción nos conmueve; cuando una melodía o un poema remueven las fibras sensibles del alma y, en fin, cuando el sufrimiento de los otros (de los próximos y los lejanos) nos llega y nos duele y en todos estos instantes no hallamos las palabras adecuadas para decir lo que sentimos, y no las hallamos porque en el pecho se atoran y nos oprimen, entonces suelen ser las lágrimas las que inesperadamente acuden y se expresan en silencio y no hay en el mundo lenguaje más elocuente que aquel en el que una lágrima sola sustituye a cien palabras.