La ciudad de Guayaquil celebró el 25 de este mes, con civismo y alborozo, el CDLXXXII aniversario de su fundación.
Un cambio novedoso, recibido con beneplácito por la ciudadanía, constituyó el hecho de que, luego de una década de distanciamiento entre los principales dignatarios del Gobierno y el Cabildo Porteño, que realizaban entonces sendas sesiones conmemorativas, esta vez se efectuó, como era habitual a lo largo de la tan denostada “obscura noche neoliberal”, un acto solemne organizado por el Ayuntamiento guayaquileño , al que asistieron el Presidente de la República y varias altas autoridades de otras funciones del Estado.
Así mismo, fue recibida con aplausos la coincidencia que pusieron de manifiesto el Primer Mandatario y el Alcalde de que trabajarán en forma mancomunada, con sensatez, sin espacios para el odio, por la solución de los problemas y para sacar adelante a Guayaquil y la Patria, lo cual era inconcebible con el anterior gobernante.
Como ha ocurrido con Quito, Loja y otras ciudades del país, hay dudas y confusión sobre la verdadera fecha de fundación de la metrópoli porteña.
Varios historiadores consideran que la fundación de Guayaquil fue fruto de un largo proceso que se inició en 1534, cuando Francisco Pizarro envió a Diego de Almagro, desde el Cuzco, para que domine la región del norte del Tahuantisuyo antes de que lo haga Pedro de Alvarado, que venía desde América Central.
En los relatos históricos constan desde entonces varias fundaciones o “traslados” de la ciudad, debido a los ataques y destrucción de los chonos, huancavilcas y otras tribus de nativos de la región, que repudiaban la presencia de los españoles.
El 25 de julio de 1535 Orellana fundó la ciudad de Santiago en el Estero Dimas y en 1547, tras una serie de “traslados”, la ubicó en la ribera occidental del río Guayas, en las faldas del Cerrito Verde, hoy conocido como Cerro Santa Ana, donde se estableció definitivamente la urbe que es en la actualidad la más populosa del Ecuador.
Ante la confusión respecto a la fecha de fundación de la ciudad, su Cabildo encargó en 1929 a una comisión de destacados historiadores que despeje esa duda, pero, tras un exhaustivo estudio, tan sólo sugirió que se siga festejando el 25 de julio y que, así mismo, se rinda homenaje a Francisco de Orellana como el padre de la urbe, cuyo nombre, según la leyenda, se deriva del cacique Guayas y su esposa la princesa Quil, que dominaron las tierras que actualmente ocupa la ciudad, cuna de hombres y mujeres que han obtenido éxitos en los campos de la ciencia, la cultura, la política, el deporte, el arte, etc.; que han brindado valioso aporte para el progreso de la Patria, y que han sido insignes cultores de la libertad, como exalta el vate y estadista José Joaquín de Olmedo en el Himno de la Perla del Pacífico: “Saludemos gozosos/ en armoniosos cánticos/ esta aurora gloriosa/ que anuncia libertad…”