Los primeros meses del gobierno del presidente Moreno fundamentan la hipótesis de que los buenos aires de la nueva etapa son producto del efecto social, moral y anímico de un pasado aplastado, que se ha conocido como “la década ganada”. Por eso, no hay día en que la noticia de un atraco y posibles culpables no suba a primera línea de los medios; súmese, sin oposición presentable en el ámbito social y con una gran tolerancia de un pueblo que no logra aceptar que la esperanza no es su patrimonio si no hay lucha de por medio. En cuanto al presente, el triunfo electoral significó una situación política similar a la que administró el gobierno anterior cuando asumió el mando sobre una partidocracia, que continúa en el mismo estado: ciega, sorda y muda.
Este diagnóstico seria apocalíptico si el régimen repite el error de caer en el espejismo de los populismos de América Latina: lucran de los desastres del pasado, justifican la administración única de los destinos de la nación en el presente y dejan para el mañana la máxima popular expresada con idiota candidez: “dios proveerá”.
Sin embargo, el Presidente no tiene otra salida que abrir el libro del futuro. No para escudriñar vaticinios de oráculos sino para establecer objetivos posibles, indispensables medidas duras, y previsiones para dificultades de peligrosa magnitud; pero también, resultados aceptables si hay coherencia y valentía. En ese libro se habrá arrancado la página que recomendaba sindicar de la autoría de todos los males sociales a la bancocracia, a los medios de comunicación y al imperialismo yanqui. Ya se usó la receta y el reciclaje resulta inútil.
En estas condiciones surge el dilema de aplicar las inyecciones de liberalismo económico que tanto ansía el “solidario” empresariado nacional, o repetir con modificaciones el modelo estatista sin los recursos de ayer. No debe descartarse, ante una ingobernabilidad estructural que significa optar por salidas extremas proponer un mínimo acuerdo nacional – un pacto de la Moncloa en pequeño- en que participen parlamentarios, empresarios y dirigentes sindicales y sociales en la misma mesa. De no lograrlo, habremos impuesto el dinero electrónico, pues no habrá billetes y habrá que preguntar a Maduro como se hace.
El presidente argentino Mauricio Macri se encuentra en esa hora cero, ganó abrumadoramente las elecciones y acelera el carro neoliberal. Allá le ganó a Cristina, en el Ecuador todavía no se ha vencido totalmente a Rafael. Lamentablemente en ese mañana –y por eso se le teme- hay costos sociales que sufren los que menos o nada tienen y que se convierten en facturas políticas.
El 20 de enero de 1993, Bill Clinton juró como presidente en su primer mandato y prometió un cambio, con miras al futuro: “Resolvamos hacer de nuestro Gobierno un lugar para aquello que Franklin Roosevelt llamó una experimentación atrevida y persistente, un Gobierno para nuestro mañana, no para nuestro ayer”.