La ‘carencia’ es sinónimo de ‘ausencia’, de falta o privación de algo. Nos interesa en su influjo socio-filosófico, identificado en el ser que se conduce dejando de ponderar “valores”. Quien reacciona vacío de principios, con carencia de los elementos a que acceden la decencia, decoro, pudor ético, en definitiva a la dignidad, merece repudio. Ontológicamente, la fealdad no es ausencia de belleza, sino carencia de vergüenza.
En su doble concepción de acción y efecto, entraña una ‘dialéctica’, que en el pensar de F. Hegel es un proceso evolutivo de tres elementos. La “tesis”, presencia o representación; la “antítesis”, ausencia en términos de engaño. Siendo la “síntesis” el producto del referido desarrollo. Los dos opuestos – tesis y antítesis – se plasman en la síntesis. El individuo parte de un propósito; pero, cuando la persona es inmoral, “colma” a la antítesis de carencia, y termina adecuando la síntesis a protervos intereses. La carencia está asociada a un deseo insatisfecho. El humano éticamente sucio es quien carece de solvencia para afrontar sus propios errores y limitaciones, y aquel que ante frustraciones camufla a sus carencias.
“Lo que vale de un pensamiento, no es lo que se dice, sino lo que se deja no dicho” (M. Heidegger). Para Z. Bauman, referente en la teoría de la “nueva pobreza” – indigencia intelectual, moral y ética – para “satisfacer toda necesidad/deseo/carencia (…) resulta inevitable dar pie a nuevas necesidades/deseos/carencias”.
El mundo obsceno, materializado en la política impresentable y en las relaciones sociales que nos subyugan en mercantilismo, explota a las carencias para estimular deseos insanos de aprovechamiento de debilidades y circunstancias. Se venden significados y emociones sin ponderar el daño presente. Ello también a la luz de un pretendido “culto” a la personalidad de paupérrimos personajes sociales.
Al ser humano se lo conoce tanto por lo que tiene como por aquello de lo que carece. Al carecer de origen moral, no puede proyectarse en una vida meritoria.