Yo me creía la Muerte por haber recorrido de punta a punta el Ecuador de los años 80 y haber contado las historias de un mundo que fue desapareciendo con la irrupción de la modernidad y la plástica locura del consumo. Pero todo eso es tillos al lado de un librito que acabo de leer.
Se trata de las aventuras de Max Konanz, un joven suizo que desembarcó en Guayaquil en 1912 y fue asaltado por la peste bubónica que asolaba al puerto y casi lo manda de vuelta al cielo sin más trámites. El recio y bien comido suizo sobrevivió a semejante comité de recepción y se incorporó al ‘camello’, ese sí un auténtico camello, como agente viajero de la poderosa casa comercial Max Müller.
Así, Max y sus catálogos empezaron a recorrer el país y el sur de Colombia a lomo de mula o en canoa, a pie bajo la tempestad del páramo andino o en el primer hidroavión alemán que servía al Litoral, pasando la noche en posadas miserables o a cielo abierto, vadeando ríos a caballo o a nado con los documentos amarrados al cuerpo. Mil y una peripecias que en 1969, pocos meses antes de morir en Guayaquil, contará a una sobrina, pero que recién ahora acaban de ver la luz en forma un verde libro editado por su nieto, Leonardo Escobar Konanz.
Ahí está la foto de la Aduana de Manta que yo llegué a conocer al filo del mar. Y se oye la historia del señor Delgado que “además de sombreros de paja toquilla, producía hijos, de los que tenía más de cien reconocidos”. Gran coleccionista de arqueología, en el norte de Manabí y en La Tolita esmeraldeña Konanz excavará y recogerá piezas excepcionales que irán a su naciente museo de Burgay, para luego convertirse en la base del Museo del Banco Central, incluyendo el emblemático sol de oro que todos conocemos.
Indiana Jones se quedaría pálido de envidia al escuchar cómo Max y un amigo alemán cruzan, en un automóvil alquilado en Pasto, un estrecho puente colgante que se bambolea sobre el abismo y está a punto de partirse, pues solo sirve para cabalgaduras.
En la bajada a Riobamba por San Juan se asombra el suizo al presenciar que el novio y la familia entregan a la joven india al cura para que este “supuestamente le enseñe los trabajos de la casa durante ocho días”. El derecho de pernada, que dicen. Y en los páramos de Cañar se cruzará, surrealismo absoluto, con un elefante, un camello, un oso y dos cebras de un circo extraviado. No él sino su caballo se espanta de tal modo que parte desbocado con el gringo zangoloteando encima.
Terremotos, golpes de Estado, guerra con el Perú, un naufragio en alta mar, la foto con su esposa cuencana, Lola Muñoz, y un caimán cazado a los pies, el duro oficio de vender y cobrar en un Ecuador cerril y desconectado… esta crónica enriquece la bibliografía de los europeos que nos visitaron, aunque Konanz permaneció acá e instaló una quesería suiza en su hacienda cañareja, donde introdujo el pago de salarios para horror de los hacendados vecinos.