Y el cura tenía razón...

“El Kapak Raymi era una celebración en el solsticio de invierno, había bailes y se bebía chicha. Teníamos nuestra propia cruz, la chakana (puente hacia lo alto). Por eso a los españoles les fue tan fácil conquistarnos”.

La frase del director del grupo indígena se va evaporando en el aire limpio de este sábado 21, antes de que sus integrantes se lancen a danzar en el campo verde y sosegado que el barrio San Elías, uno de los miles que nacieron alrededor de las viejas haciendas, escogió este año para celebrar a sus niños.

Por los parlantes escapan notas de sintetizador, que copian el quejido alegre y monótono de las zampoñas y los rondadores, con un dejo asiático, mientras junto a los jóvenes danzantes bailan también niños perfectamente ataviados, alegres, despreocupados.

Los más grandes aplauden, toman fotografías, graban videos, acompañan a los pequeños, los animan. Antes se han compartido refrigerios y chicha. Es el mediodía y se sabe que hay todo el tiempo para repartir más tarde las fundas de caramelos, tomar un caldo de gallina, comer un hornado con mote y papas.

Cinco parejas de pequeños presiden el festejo desde una tribuna de madera. Son la reinita elegida el año pasado y su caballero de honor, y las cuatro damas -también acompañadas por sus caballeros- de entre las cuales se escogerá a la nueva soberana. Todos están pulcramente vestidos y serios.

Es un día de fiesta y también hay concursos de baile. Primero un aire típico y luego un reggaetón suenan mientras el animador convoca a todos los niños a bailar. Sus padres y madres, muchas muy jóvenes, están pendientes de que sea su niño quien lo haga mejor.

Ningún detalle parece haber sido dejado al azar. Los integrantes de los grupos de danza siguen llegando con sus espectaculares atuendos y esperan el turno para participar. El sol acompaña su propia celebración y la de miles de niños que este día se dedican solo a eso, a ser niños a tiempo completo.

¡Qué importa cómo se llame el festejo o de dónde venga, incluso qué importa que haya sido convertido en una competencia de quién da más, o haya sido tomado como motivo de complejo de culpa personal! Si solo le diéramos sentido a lo que vivimos y a lo que hacemos, si nos fijáramos en nuestros semejantes, si solo no perdiéramos de vista lo importante.

Soy poco amigo de las misas -asistí a tantas en mi niñez que tengo bono- y no me gusta que me sermoneen, peor en horas extras. Quizás por eso me encantó el mensaje refrescante del párroco de un barrio del sur de Quito, en una misa navideña hace pocos días.

No se olviden -dijo- de que el Niño al que celebran nació en la periferia y en una situación muy difícil, nada idílica, en un pesebre. Y que no puede haber Navidad sin Él. Ayer, mientras aquellos niños humildes eran festejados, me dije que el cura tenía razón...

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